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MADURO ANUNCIA "CIUDAD COMUNAL" a 1.870 mts SIN AGUA; VÍAS O ELECTRICIDAD... EN EL GALIPÁN
- GERARDO
PÉREZ: “TODO LO QUE HACE EL GOBIERNO ES UNA ESTAFA”,
- VECINOS DE GALIPÁN CONTINÚAN DENUNCIANDO CONSTRUCCIÓN ILEGAL DEL NUEVO TELEFÉRICO
PROVEA: Vecinos de
Galipán denunciaron la construcción ilegal del nuevo teleférico por parte de la
dictadura y socios. Violentando la agricultura y espacios, amenazando a los
habitantes con las FAES para ingresar máquinas
Roman Duque Corredor: La Ciudad Comunal del Avila anunciada por Maduro constituye delitos ambientales segun arts:33,34,36,43,47,53,58 y 59 de la Ley Penal del Ambiente.
El Estímulo "Les garantizo que aquí mismo en esta montaña, una vez que aprueben la ley, promulgaré con mi firma de jefe de Estado la Ley de Ciudades Comunales y constituiré en el Waraira Repano la primera ciudad comunal del país", afirmó Maduro
El
Ávila como distracción
El Nacional - ¿Qué estarán dispuestos a hacer los caraqueños para proteger el Ávila? El cerro debería funcionar como cohesionador y además como motivación, porque indudablemente es una posesión de todos que va más allá de ser un ecosistema único. Es un símbolo, su significado es identitario y de allí su importancia.
Todo caraqueño que ha tenido que dejar el país tiene un hueco en el medio del pecho, porque donde abra los ojos algo le falta, la inmensa presencia verde que es como un escudo. El gigante testigo de todas sus andanzas.
Sin embargo, hace años que está en peligro sin que hiciera falta la palabra amenazadora de Nicolás Maduro.
Nunca el parque nacional estuvo tan descuidado.
Nicolás Maduro, el farsante, practicante de la "santería", entrando en acción....
En cuanto mencionó su grandiosa idea de hacer una ciudad
comunal en el cerro, todo el mundo se llevó las manos a la cabeza. Sobre todo
porque con los antecedentes que tiene este gobierno chavista de acabar con los
tesoros naturales, todo el mundo los cree capaces de hacer lo mismo con el
Ávila.
Si no, solo paséense por las fotos del lago de Maracaibo
que publicó la NASA o las cientos de denuncias de la depredación minera en el
sur del país. Han demostrado ser una máquina de destrucción bien aceitada.
Pero más allá del crimen ecológico, hay que evaluar el
momento en el que el jefe chavista hace
semejante declaración. Está en boca del mundo entero porque su testaferro
principal está siendo juzgado en Estados Unidos; saldrán a la luz pública
muchos delitos cometidos y la mayoría los embarra por completo a todos.
Por otro lado, faltan pocas semanas para la realización de unas elecciones regionales preparadas con la sola idea de comprar tiempo y ganar la legitimidad perdida ante decenas de países democráticos, luego del fraude cometido en los comicios presidenciales de 2018.
El efecto distractor de meterse con uno de los tesoros naturales de los venezolanos es poderoso.
Sin embargo, hay que tratar de no perder de vista que
ante los ojos del mundo está siendo juzgado el gobierno madurista por delitos
de corrupción. Que no se olvide el tema, porque ahora que se destapa la olla de
podredumbre hay que estar más pendientes que nunca. Los venezolanos merecen
conocer cómo se llevaron todos los recursos y los pusieron a pasar hambre.
Pero también, y es lo que debería prender las alarmas,
Maduro fue muy claro al advertir que una vez que se apruebe la ley del poder
comunal es cuando va a hacer la fulana ciudad en el Ávila.
Y si eso pasa, no solo morirá el cerro, sino la Venezuela
como la conocimos, pues implica la eliminación de gobernaciones y alcaldías y
la creación del esperpéntico “Estado comunal” en el que los menos aptos regirán
la vida de todos. Así que ¿para qué las elecciones?
La sola posibilidad de que eso llegue a suceder debe
asustar a todos. Defender el Ávila es más que defender al cerro que los
venezolanos llevan sembrado en sus corazones. ¿Será que en ese momento sí nos
uniremos todos?
Los tormentos de Galipán
Valeria Pedicini -El Estímulo: Los
galipaneros perdieron la paz. La reanudación de los trabajos de construcción
del teleférico de Macuto –obra del sistema de transporte colgante abandonado
hace más de 40 años– solo les ha traído dolores de cabeza a los pobladores
autóctonos: las obras de un nuevo trazado de ruta atraviesan el pueblo y han
destruído siembras de flores y frutos de campesinos que han trabajado los
terrenos por varias generaciones. Pero el Gobierno no se detiene en su afán por
completar un proyecto que sigue en la lista de las grandes promesas del
chavismo
Robert Hidalgo recorre en silencio lo que queda de sus
terrenos. Nacido y criado en Galipán hace 51 años, dedicó su vida al
cultivo de eucalipto en las parcelas que pertenecían a sus padres después que
fueron de sus abuelos. 97 árboles de sus
tierras, ubicadas en el sector Manzanares, fueron talados la cuarta semana de
noviembre por trabajadores de la compañía Venezolana de Teleféricos
(Ventel), empresa del Estado y órgano dependiente del Ministerio de Turismo
(Mintur), mientras eran custodiados por funcionarios de la Guardia Nacional
(GN). Llegaron un martes en la mañana cuando el floricultor no se encontraba en
su vivienda. Los vecinos le avisaron: “Las motosierras ya están prendidas”.
El trazado original del sistema Teleférico
Caracas-Litoral, inaugurado por Marcos Pérez Jiménez y abandonado desde 1980,
fue desplazado. La ruta que contemplaba las estaciones en El Ávila, pasando por
El Irón, San José hasta llegar a El Cojo, ubicada en Macuto en el estado
Vargas, se modificó. Mintur cambió el trazado: eliminó El Irón y agregó La
Hacienda –con desembarque incluido para recorrer los alrededores de posadas y
restaurantes–, un diseño de 7,5 kilómetros lineales que atraviesa por la mitad
el pueblo galipanero. Los trabajos de construcción fueron retomados en julio de
2014 por Ventel y el tiempo estimado para la ejecución de la obra sería de 40
meses, hasta el mes de julio de 2017, según el gobernador de Vargas Jorge Luis
García Carneiro. La infraestructura civil fue encomendada a Inversiones Alfamaq
C.A y el sistema de funiculares a la famosa empresa austriaca Grupo Doppelmayr.
El proyecto prometía desahogar la autopista Caracas-La Guaira y disminuir el
tiempo de la capital al litoral a tan solo 35 minutos. La hazaña sigue en
espera.
A Los trancazos…
La nueva ruta se hizo a los trancazos, sin cumplir con el
artículo 129 de la Constitución que señala que las actividades “susceptibles de
generar daños a los ecosistemas deben ser previamente acompañadas de un
estudio” de impacto ambiental y socio cultural”, sin respetar la Ley Orgánica
del Ambiente y sin el consentimiento de los habitantes de Galipán. Marlene
Sifontes, secretaria del Sindicato del Instituto Nacional de Parques
(Inparques) asegura que se trata de una
obra ilegal.
“Antes
de mover una piedra en un Parque Nacional se tiene que hacer un estudio de
impacto ambiental y socio cultural y eso no pasó aquí. Se saltaron todos los
protocolos”, explica. Los estudios fueron presentados más de un año después del
inicio de los trabajos cuando “el daño ya estaba hecho”
Cinco sectores dan forma al pueblo: San Isidro, San
Antonio, San José, San Francisco y Manzanares. Ocupan 1.720,03 hectáreas,
aunque efectivamente desarrolladas hay 433. La delimitación quedó asentada en
el Decreto 2.334 del año 1992, sobre el Plan de Ordenamiento y Reglamento
de Uso (PORU) de El Ávila que le confirió a Galipán la condición de poblado autóctono.
La ruta actual del transporte colgante afecta a más de 40
familias de lugareños que han vivido allí por más de siete generaciones, sus
tierras y sembradíos.
Aunque
existe esa protección, Ventel no escuchó la solicitud de los vecinos. Ignoró un
documento presentado en 2015 durante una consulta pública al gobernador del
estado Vargas con 727 firmas de galipaneros rechazando la medida. Nada pasó:
650 millones de dólares aprobados por Andrés Izarra, entonces ministro de
Turismo, están en juego.
La decisión gubernamental de alterar la ruta del
teleférico le cambió la vida a Hidalgo. Los trabajadores del teleférico
estuvieron tres días cortando más de 25 años de trabajo y afectaron 400
metros de sus parcelas, donde se tiene previsto construir 2 torres de las 39
que tiene el sistema de transporte. Ahora es que falta por talar.
Hidalgo lo describe como una muerte lenta. Él, su esposa
y sus cuatro hijos viven de lo que sus tierras les dan. El nuevo trazado, dice,
les quita el pan de la mesa. Se declaran en resistencia, pero sus voces no
resuenan. “Ventel se reunió con nosotros en varias oportunidades. Le dijimos
que no estábamos de acuerdo. Ellos se hicieron los locos y siguieron con su
idea de trazar la ruta por el medio de Galipán. Dicen que eso va porque sí”.
Desde su casa, al otro lado de la montaña, las antiguas construcciones de la
ruta vieja del teleférico le recuerdan a diario el “capricho” de unos cuantos.
El ministro Izarra, cuando encabezaba el despacho de
Turismo, justificó el cambio de ruta con el deslave de Vargas en 1999, pues
habría ocasionado daños en algunas torres y los trazos de la vía antigua no
eran factibles. Sifontes cuestiona la decisión: “No entendemos por qué están
cambiando la ruta. Si para el teleférico de Caracas y el de Mérida mantuvieron
el diseño original, ¿por qué aquí se está modificando? Esas bases se pueden
recuperar, siguen ahí intactas. Los galipaneros están abandonados. Ante el
poder, ¿qué pueden hacer?”.
Gerardo Pérez perdió dos partes del terreno que utilizaba
para sembrar. Hace un año trabajadores de Ventel cavaron un hueco de 13 metros
de profundidad en sus tierras para construir las bases de la torre 33 del
sistema. Llegaron sin ser invitados, acompañados de la GN y con varias amenazas
bajo el brazo. “Decían que el terreno era del Estado y que me iban a meter
preso si no los dejaba trabajar. Perforaron a lo bravo”, cuenta Pérez con rabia
en la voz.
A su exesposa, quien habitaba la vivienda, le ofrecieron
un kiosco en el teleférico de Caracas. Ella aceptó. Pero a cambio solo dejaron
desastre a su paso. Donde antes había cilantro, apio y cebollín, queda tierra,
piedras y grama sin cortar. Y en el centro del lugar siguen las bases de una de
las torres construidas sobre un afluente de agua, ahora abandonadas.
Las consecuencias en Galipán van más allá de unos
sembradíos. Pérez enumera unas cuantas: aumentaría el paso vehicular, el robo
de los rubros, escasearían las aguas para cultivos, aumentaría la inseguridad y
los pobladores perderían su privacidad.
“Todo lo que hace el Gobierno es una estafa”, dice. Por
su parte, Sifontes considera los impactos al ambiente: levantamiento de la capa
vegetal, deforestación, repercusiones en la biodiversidad y en la
sustentabilidad del parque. La especialista asegura que los turistas también
representan un problema. “Si ya de por sí está afectado, Galipán no se va a dar
abasto con ese flujo de gente que va llegar”.
Pero no todos
están en negativa. Para Wilmar Marín, de 47 años, uno de los once dueños de La
Hacienda Vieja, el nuevo recorrido del teleférico no representa mayor problema.
En el terreno donde será construida la estación La Hacienda está su
posada-restaurante, un negocio que lleva varias décadas en la zona, desde que
se pavimentaron las carreteras de Galipán. Negó que Ventel le ofreciera dólares
o yenes para que dejaran construir la subestación en sus tierras. Fue más
sencillo de lo que parece: preguntaron si podían levantar la estación donde se
encontraba la casa que pertenecía a su padre y sus siembras de flores; ellos
aceptaron con la condición de que una nueva vivienda fuese construida en otro
sitio de sus propiedades.
Marín considera que la construcción representa un
progreso importante para el turismo galipanero. “Esto es una obra del Gobierno
y no te puedes negar al desarrollo. ¿Qué podemos hacer?”. Para el poblador, se
puede sacar provecho a la situación: generará más empleos. Sin embargo, también
se cuestiona la cantidad de personas que rondará la zona, escenario que, opina,
se debe manejar “con mucho cuidado” para mantener la seguridad.
El nuevo proyecto a través de Galipán parece inevitable.
Las obras continúan, se quiera o no, “pese a las trabas de los opositores”,
como afirmó García Carneiro en 2015. En La Hacienda Vieja, una gran reja se
levanta frente a la zona de construcción de la nueva subestación del sistema.
El lugar está repleto de máquinas, trabajadores con equipos de seguridad y
pequeñas montañas de tierra contrastan con la elegante posada-restaurante de
Marín. Una cinta amarilla con “Peligro No Pase” bordea las bases de lo que
serán las torres de la estación. Algunas de ellas levantadas, otras son solo
vigas.
Aunque las construcciones avanzan, desde el Gobierno no
hay apuro en posponer las fechas. Durante el programa Encendidos del
canal estatal Venezolana de Televisión en septiembre de 2017, el entonces y
ahora difunto gobernador del estado
Vargas informó que el sistema teleférico de Macuto–Waraira Repano podría ser
inaugurado en 2019. Un trabajador de Ventel que leía el periódico sentado en
bloques de la obra no es tan entusiasta. “Eso está crudito. Solo Dios sabrá
para cuándo estará listo”, expresó en condición de anonimato.
¿Tierras
de quién?
Desde que El Ávila fue declarado Parque Nacional el 12 de
diciembre de 1958 los habitantes de Galipán y las autoridades de Inparques
comenzaron una lucha por la propiedad de los terrenos.
Roberto Pérez, vocero de la asociación de vecinos y del
consejo comunal San Isidro, relata que se inició una “guerra psíquica y
psicológica” contra los galipaneros, quienes fueron señalados como invasores a
pesar de haber habitado la montaña desde varias generaciones atrás. A muchos
les tumbaron sus casas, como a Pérez. “Nos decían que Venezuela era muy grande,
que nos fuéramos a otro lado”.
Se
pensaba que la disputa terminaría con el decreto N° 2.334 del 5 de junio de
1992, publicada en Gaceta Oficial extraordinaria N° 4.548 del 26 de marzo de
1993. En él, los vecinos de Galipán fueron declarados como pobladores autóctonos, habitantes
compatibles con la dinámica del Parque Nacional.
No obstante, la pelea continuó. Una sentencia de la Sala
Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), del 16 de diciembre de
2009 y ratificada dos veces, prohibió las remodelaciones de inmuebles que ya
existen.
El dictamen, que solo afectaría a las partes interesadas
en un enfrentamiento entre un hacendado y unos vecinos de El Ávila que vivían
en el lado de la montaña hacia Guatire, contradice la ley que los reconoce como
pobladores originarios. La sentencia se volvió una regla a conveniencia y
las tierras quedaron a la buena de Dios o de quien tenga el mejor contacto en
su agenda.
José Ángel González y Marioli Rivas se mudaron hace tres
años al sector La Loma en San Antonio de Galipán.
Su casa se esconde entre árboles de eucalipto, a un lado
de la carretera de tierra. Unas cuantas gallinas, tres perros y las puertas
abiertas reciben a quien quiera que pase por el frente de la colorida vivienda,
cuyo asentamiento comenzó cuando levantaron cuatro láminas de latón bajo un
techo de zinc en los terrenos heredados de la abuela de González, Isabel
Sanabria; tierras cuyos documentos de propiedad datan de hace dos siglos. Luego
solicitaron los permisos de construcción, fueron censados por funcionarios de
Inparques y hasta ahí llegaron los procedimientos. Su tranquilidad no está
completa porque el sitio donde habitan no es lo que quisieran: viven en un
rancho y, teniendo los recursos para hacer algo mejor, no cuentan con los
papeles para materializarlo.
Vecinos han denunciado que esos permisos de construcción
sí son concedidos a personas involucradas con el Gobierno.
“Me
voy a tener que poner el apellido Amoroso”, exclama González al referirse a las
autorizaciones que nunca llegan. La estabilidad del
matrimonio también se ha visto amenazada por su vecina, quien asegura que las
tierras ubicadas detrás de la vivienda de la pareja le pertenecen y los demandó
por ocupar terrenos ajenos.
A la demandante, dueña de una quinta, jamás se le ha
visto por el sector, aunque aseguró en las audiencias judiciales que era
“campesina”. Rivas señala que en cada documento presentado en esa instancia los
linderos de los terrenos no concuerdan entre sí y tampoco con la realidad
topográfica del lugar. “No nos dicen para llegar a un acuerdo, ayudarnos
mutuamente. Quieren sacarnos porque sí, arrebatarnos nuestras tierras. Todo su
interés son los 425 mil dólares, el precio en el que está vendiendo la casa”,
denuncia Mariolis.
“Aquí lo que mueve todo es el billete del bueno, puro
negocio. Todo es para dominarte y tenerte calmado”, reclama Pérez. “Para mover
un eucalipto de tu propio terreno te llega Inparques reclamándote, pero quien
tiene contactos puede hacer lo que le dé la gana”, manifiesta Rivas y agrega:
“Vamos por la vía legal. Si nos dejamos vencer por esto, Galipán dejará de ser
Galipán”.
La tranquilidad de la montaña
Pese a las dificultades, Galipán no deja de ser un lugar
apacible. Felipe Díaz se mudó allí con sus padres cuando todavía no existía la
carretera ni había luz en la montaña. Tiene más de 50 años cultivando girasoles
y follaje en su propiedad, ubicada en el sector Manzanares. Con dos hijas y
varios nietos, todos galipaneros, ha labrado su vida en “el jardín de Caracas”.
La instalación de la red eléctrica en 1973 y la
inauguración de la carretera en 1995 trajo progresos a Galipán. “Antes uno
bajaba a Caracas una vez al año con la ayuda de cadenas o animales. Desde que
se realizó la carretera se empezó a poner buena la cosa”, cuentan los vecinos.
Desde entonces, se han construido dos iglesias, tres colegios y un único dispensario
a lo largo de los cinco sectores que conforman el paraje.
Los servicios públicos no representan una preocupación
para ellos. Cada familia se encarga de su propia recolección de desechos, y el
agua es “pura de manantial”. La obtienen directamente de la montaña, a través
de conexiones con los riachuelos del poblado; y que sea una comunidad pequeña
facilita la seguridad en la zona. “Aquí todos nos conocemos, eso ayuda a estar
pendiente. Nada comparado con Caracas”, dice Marioli Rivas.
No solo viven de la agricultura, también del comercio y
el turismo. Emiliano Silva es el sobrino del primer panadero que hubo en el
poblado, y es el dueño del comercio más antiguo de la zona: El Merendero de
Galipán. Sus labores iniciaron a la par de las construcciones del Teleférico de
Caracas, en los años 50. Por los aumentos de capital, inversiones y la fama del
local, se convirtió en la bodega más reconocida de San Isidro, donde se
concentra 80% de la población galipanera. Pero el comerciante dice que ya no
vende como antes. Sus ganancias han bajado y, aunque no ha pensado dedicarse a
otra cosa, cada vez se hace más difícil mantener la santamaría arriba. “Antes
era rentable tener este negocio, se vendía lo suficiente para vivir. Ahora con
la situación país no se puede, han bajado muchísimo las ventas”, se lamenta. El
poco efectivo que se maneja también ha complicado sus ventas. “El punto de
venta es lo único que funciona y a veces”.
José Ángel González es jeepsero. Trabaja de lunes a
lunes, sin descanso, como transportista privado para posadas y restaurantes del
pueblo. Vive del carro, “pero le zumbo a lo que salga”, confiesa.
Sus ganancias
varían: entre 250 mil y 350 mil bolívares por viaje exclusivos de Caracas hasta
Galipán. Marioli, su esposa, dejó su casa en El Hatillo para irse a lo alto de
la montaña, apartada del “caos caraqueño”. La publicista de profesión ahora
trabaja como anfitriona en un restaurante y solo baja a la capital cuando no
tiene opción, para “lo estrictamente necesario”. Está convencida: “No vuelvo a
cambiar esto por una oficina. Galipán lo tiene todo. Quiero que mi único estrés
sea que las papas no estén listas para cocinar o que la gallina no puso
huevos”.
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