DUQUE RETA EL ′MÉNAGE‛ DE LAS 3 TIRANÍAS
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El Pablo
Milanés de “Yolanda” critica la represión en Cuba
Las protestas de Cuba resuenan en Venezuela
Ibsen Martínez – NYTimes - Importantes observadores venezolanos estiman que la dramática ola de protestas que el
11 de julio estremeció
sorpresivamente a Cuba afectará al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela y es
anuncio de inminentes buenas noticias para mi país.
Para ellos, el colapso del régimen cubano es
inexorable y creará ondas de choque que en el futuro inmediato harán inevitable
el retorno de la democracia venezolana. Yo pienso, quizá demasiado
lúgubremente, que todo ello es todavía mucho suponer.
¿Cabe esperar alguna incidencia directa de los
sucesos cubanos en la política venezolana? Y, por otra parte, ¿habrá algo que
la oposición venezolana pueda hacer para acercar el fin de la opresión que los
regímenes aliados de Caracas y La Habana ejercen sobre sus pueblos?
Hallar
respuestas a estas preguntas exige comprender la naturaleza y el alcance de los
vínculos que, en el curso de más veinte años, han estrechado ambos países en
los ámbitos económico, político y militar.
En 2012, el año estelar del Convenio Integral de Cooperación
suscrito en octubre de 2000 por los desaparecidos Hugo Chávez y Fidel Castro, los subsidios y la inversión
directa de Venezuela en Cuba alcanzaron un total de 16.000
millones de dólares, cerca del 12 por ciento del PIB de la isla.
La caída dramática de los precios del crudo en 2015, la corrupción y la
ineptitud del régimen de Maduro y los estragos globales de la pandemia han mermado esos montos hasta casi la mitad.
La economía de la isla ha sido duramente afectada
por la crisis venezolana y por los
efectos negativos de la pandemia sobre el turismo. Sin embargo, aunque hoy
vuelvan los ojos hacia Rusia o China, los planificadores del presidente Miguel
Díaz-Canel no hallan todavía un socio comercial comparable a lo que ha
significado Venezuela para Cuba en la era chavista.
Para Maduro, a su vez, nunca han sido tan
importantes como ahora los acuerdos de cooperación militar con Cuba.
Firmados
en 2008, estos otorgan a Cuba extremado control político
sobre las Fuerzas Armadas Bolivarianas, ponen énfasis en la contrainteligencia, en el
asesoramiento y entrenamiento del personal militar, en la presencia de
oficiales cubanos en los cuarteles venezolanos y la vigilancia de los mandos
venezolanos por los organismos de seguridad del Estado.
El dictador venezolano debe a Cuba gran parte del
inconmovible apoyo del sector militar. Esto no es poca cosa si se considera
que, desde hace casi veinte años y en más de una ocasión, figuras relevantes de
la oposición han apostado sin éxito a que grandes movilizaciones
de protesta ciudadana conduzcan a un pronunciamiento militar.
Todo ello explica que, pese al desplome de los precios y
la producción del crudo, la honda crisis económica y la emergencia humanitaria
venezolana, el flujo de
petróleo venezolano destinado a Cuba no se ha
interrumpido, aun desafiando las sanciones estadounidenses en vigor
desde 2019.
La crisis política en Cuba sorprende a Venezuela con su
población desmembrada por la emergencia migratoria más grave que jamás haya
visto nuestro continente, castigada por la pandemia y la incuria de un régimen
criminal, abatida por la pobreza y aterrorizada a un tiempo por el
hampa y las fuerzas policiales.
Para colmo de males, una colectividad estragada por las
penurias y la pandemia mira hoy con indiferencia, cuando no con aborrecimiento,
a sus políticos.
La dirigencia opositora venezolana luce desconcertada en
su conjunto, ensimismada en su afán de acudir a unas elecciones regionales convocadas,
sin ofrecer condiciones razonables para el voto, por un régimen que viola de
derechos humanos y políticos. Se suma a ello, la trágica propensión de la
oposición venezolana a sobreestimar el alcance de los factores internacionales.
Tratándose
de Cuba, la perspectiva inmediata no parece ser el derrumbe del régimen de La
Habana seguido indefectiblemente de la debacle del chavismo-madurismo. Es más
fácil pensar, al contrario, en que la represión y las violaciones de derechos
humanos en ambos países recrudezcan, incluso que sean coordinadas
binacionalmente.
Aun suponiendo que las protestas ciudadanas desencadenen en los meses
por venir profundos cambios políticos y económicos en Cuba, mucho dependerá del
tiempo y del factor humano que logre ponerse a la cabeza del admirable arrojo
de los cubanos.
Como señalaba en un tuit el historiador cubano Rafael Rojas, depende también de la vocación
ciudadana del descontento cubano y de la actitud de Estados Unidos que,
felizmente, ya se manifiesta en sanciones individuales y en facilitar el acceso
a internet.
Los
adversarios de hoy en nuestra América —lo recordó hace poco Sergio Ramírez, al discurrir sobre su Nicaragua— no son otros
sino la dictadura y la democracia. Se avecina un tiempo muy duro en el que las
dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua echarán el resto.
Para Maduro y Díaz-Canel es mucho lo que está en
juego. Son aliados en la tiranía y “vendrán con todo”: extráiganse las
consecuencias de ello para el futuro más que inmediato de nuestras dos
naciones.
La hora cubana reclama a los políticos venezolanos
imbuirse de realista gravedad y poner en juego más que declaraciones de condena
a los esbirros y de solidaridad con los manifestantes. Deben ofrecer todo lo
que verdaderamente esté a su alcance para arrimar el hombro.
El
gobierno interino de Juan Guaidó, por ejemplo, podría elevar en su lista de
prioridades el despliegue de su plataforma diplomática, reconocida por decenas
de naciones, en un intenso activismo de alto nivel por los derechos humanos y
políticos en la isla y acentuar así la presión de los gobiernos del mundo sobre
La Habana.ADVERTISEMENT
Los venezolanos presenciamos con ansiedad el
vuelco, impensable hace solo semanas, que la valentía de los cubanos ha dado a
su tragedia, en poblaciones que en los vídeos parecen tan nuestras.
Urge avivar en nuestra gente la noción de que recuperar primero la transparencia del voto y la democracia plena en Venezuela es a la larga ganarla también para Cuba. Y no al revés.
- Ibsen Martínez es
narrador y ensayista venezolano. Su libro más reciente es la novela Simpatía por King Kong.
Ramiro Pellet
Lastra - La Nación - Cuando más cosas
pasan en Cuba, menos parece cambiar, siempre bajo el mando de un elenco
estable de partido único que se las ingenia para perpetuarse en el
poder.
El régimen de Miguel Díaz-Canel tiene un inquieto y
eficiente sistema represivo, una de las pocas cosas que funcionan bien en la
isla: militares, policías y agentes de inteligencia que sofocaron las protestas
que se esparcieron por el territorio y luego fueron tras los rebeldes.
Gran parte de eso sucedió lejos de las cámaras. De hecho, luego de la
exuberancia de las marchas, transmitidas al mundo por las redes sociales, la
vendetta se hizo en cámara lenta, casi por goteo, buscándolos uno por uno,
puerta por puerta, mientras se apagaba la señal de internet.
Muchos se preguntan qué salida le queda al régimen frente a este inédito
repudio, del cual las protestas del 11 de julio pasado fueron su expresión más
visible, pero que corre como un torrente subterráneo y más adelante, el
día menos pensado, puede emerger como un géiser.
Atrás van quedando los renombrados sistemas de salud y educación, los
grandes deportistas, las joyas turísticas y la vibrante cultura de la isla.
Algunos hitos subsistirán, otros están en sus mínimos, y otros serán historia.
Pero con certeza no bastan.
¿Acaso el régimen se aferrará a la respuesta meramente represiva,
acentuando el carácter policial del Estado, como viene demostrando hasta ahora? ¿O ensayará
cambios más profundos, de modelo económico y relación con un pueblo cansado de
guerras ideológicas y penurias económicas?
Quienes conocen de cerca el marasmo cubano coinciden en que al gobierno
no le alcanzará con una fuga hacia adelante, con más de lo mismo.
El liderazgo comunista deberá ofrecer más que las viejas consignas de la
hoz y el martillo, patria o muerte, libertad o dependencia. Y más también que
detenciones, censura y propaganda.
“El régimen no tiene ninguna otra posibilidad viable que hacer algunas
reformas que lo hagan más popular a ojos de los cubanos, eso a mi juicio es
claro”, dijo a LA NACION un diplomático europeo con años de experiencia en La
Habana.
“Pero ver qué tipos de reformas se van a incluir, hasta qué punto se va
a abrir la economía al capital privado o el capital extranjero, hasta qué punto
se va a permitir la libertad económica de los cubanos, creo que nadie puede
preverlo en este momento”, añadió el diplomático.
Raúl Castro, continuador de su hermano Fidel como líder del régimen
comunista, había abierto en su momento una vía de modestas reformas económicas.
Del otro lado del mar, lo aplaudía y alentaba Barack Obama, que hacía también
su parte para asentar el cambio. Pero llegó Donald Trump, con su línea
dura, y la inercia ortodoxa del régimen volvió a su vez al comunismo más
rancio.
Las protestas en La Habana pusieron
al régimen en alerta
El retroceso de Estados Unidos a sus viejas trincheras, montadas en la
Guerra Fría, le sirvió al régimen para retroceder a las suyas. Y ahora
todo vuelve a ser culpa del “bloqueo”. Se corta la luz: el bloqueo. Hay que
hacer largas colas: el bloqueo. Avanza el Covid: el bloqueo. Habrá que
ver si no atribuyen al bloqueo la derrota de algún deportista cubano en los
juegos olímpicos.
Retomar las reformas, de acuerdo, pero a saber cuáles, con cuánta
profundidad, y quién las llevará adelante. Muchos analistas entrevén un
cambio como el chino o el vietnamita, con apertura económica y cierre político.
La idea no es nueva: de hecho los chinos se la plantearon a Fidel.
Pero el viejo dinosaurio en que se convirtió el régimen quizás ya no
tenga muchas más alternativas. Será un cambio en ese sentido, el colapso
absoluto o entregar el poder de una vez a la valiente disidencia. Pero
esta última opción, según los especialistas, está absolutamente descartada en
el imaginario comunista. No tendrían dónde ir, salvo que se suban a
una balsa y arranquen a remar a Miami.
“La única solución que veo ahora es que el gobierno de Cuba abandone,
como hicieron China y Vietnam, la idea de que la economía debería ser
administrada mayoritariamente o abrumadoramente por el Estado. Lo que más se
necesita es un sector privado que sea relativamente independiente del Estado,
lo que significa que las corporaciones y las empresas deberían poder crecer,
competir, exportar e importar, solicitar inversiones y contratar trabajadores
directamente”, dijo a LA NACION el politólogo Peter Hakim, presidente emérito
del Diálogo Interamericano, con sede en Washington.
De acuerdo con Hakim, es bastante probable que esas innovaciones cubran
mejor las necesidades económicas y sociales de los cubanos, que viven uno de
los momentos de más estrechez de la era revolucionaria. “Pero no
convertirá a Cuba en una democracia ni en un país libre. El cambio económico
puede comenzar a remodelar el panorama político, pero es muy poco probable que
se produzca un cambio rápido en ese frente”.
Así que sería hora de tirar por la borda el Manifiesto Comunista de
Marx, el Libro Rojo de Mao, los eternos discursos de Fidel
-tiene el récord del discurso más largo en la ONU, de cuatro horas y 29
minutos- y abrazar por ejemplo el modelo de las exitosas burocracias asiáticas.
Pero no tan rápido.
Así lo entiende el exembajador argentino en China, Diego Guelar, que ve
a la actual dirigencia cubana, y a la administración a su cargo, como un enorme
y avejentado elefante blanco, de ideas caducas y prácticas ineficientes,
incapaz de avanzar en ninguna dirección.
“El sistema no generó una burocracia eficiente. Si hubiera sido así
estaría dando los pasos hacia un caso prototípico como Vietnam. Pero no tiene
personal competente. Tenés que transformarla en una burocracia que funcione y
vaya habilitando actividades privadas”, dijo Guelar a LA NACION.
Para eso, añadió, se impone retomar el camino que comenzó con titubeos
Raúl Castro. ¿Vendrá una lluvia de inversiones? Quizás sí, dados los capitales
norteamericanos listos para invertir en Cuba, además de otros inversores
extranjeros que verían oportunidades en la mayor isla del Caribe.
¿Vendrá también la democracia? Eso es otro cantar. Lo que está claro
es que el politburó del partido se estará preguntando, ahora que necesita
ideas, qué diría Fidel ante este tropel de incómodas novedades.
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