LA MAFIA QUE PUSO A PUTIN SE LLAMA "OLIGARCAS"
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► ZELENSKY A DAVOS: “EN UCRANIA SE
DECIDE SI LA FUERZA BRUTA DOMINARÁ EL MUNDO”
► UCRANIA DESCARTÓ CEDER TERRITORIO A RUSIA PARA LOGRAR UN ALTO EL FUEGO
►EX- JEFE ESPÍA INGLÉS DEARLOVE; “ PUTIN SERÁ INTERNADO EN UN SANATORIO EN
2023
Mantener a flote a Putin y sus oligarcas no es fácil.
El superyate Scheherazade, de 700 millones de dólares, en el puerto de Marina di Carrara, en la Toscana, este mes. El misterioso megayate de 700 millones de dólares (636 millones de euros), que se atribuye a V. Putin y que parecía estar a punto de partir, fue incautado por las autoridades italianas el viernes.Credit...Federico Scoppa/Agence France-Presse
Salón del "Sherezade"
Scheherazade, zarpando del astillero alemán Lürssen donde fue construido durante 4 años
De 140 metros de largo tiene dos plataformas para helicópteros, una piscina, un cine y una batería de drones
En
Rusia, oligarcas ponen y oligarcas quitan
Amanda Taub
- NYTimes - El sistema de corrupción que moldea el
régimen de Putin fue resultado de una transición fallida e incompleta a la
democracia después de la caída de la Unión Soviética.
Un solo arresto en un puerto de la Toscana en pocas
ocasiones es una noticia que le dé la vuelta al mundo. Sin embargo, la decisión
de la policía italiana de confiscar el Scherezade el
viernes 6 de mayo en Marina de Carrara fue
diferente.
Para empezar, Scherezade no es una persona, sino un
superyate de lujo de 140 metros. Además, funcionarios estadounidenses afirman
que es probable que su verdadero dueño, a través de una neblina de
intermediarios, sea el presidente ruso, Vladimir Putin.
Los decomisos policiacos de yates de lujo enormes en
puertos europeos se han convertido en el símbolo más visible del esfuerzo de
Occidente por aplicar medidas contra Putin y su círculo cercano en respuesta a
la invasión rusa a Ucrania.
Pero también son una evidencia muy visible de la
corrupción de la clase gobernante de Rusia. El "Scherezade" tiene la herrería de
baño chapada en oro, helipuerto y una pista de baile que se convierte en
piscina (lo que plantea la pregunta inesperada de si Putin es un fanático de la
película clásica Qué bello es vivir). No hace falta decir que todo está
muy lejos del alcance de un salario gubernamental.
Y, también, esta embarcación glamorosa es un recordatorio
útil y concreto de lo que los expertos en Rusia han señalado por años: es
imposible entender el régimen de Putin sin comprender la corrupción que por
turnos lo ha creado, alimentado, moldeado y restringido. Y que eso podría, un
día, ser lo que acabe con él.
Precisar los detalles de esa corrupción sería la labor de
una vida. Sin embargo, dos ideas simples pueden ayudarte a comprender el
panorama.
La
primera se trata de corrupción sistémica donde sea que ocurra:
no es principalmente un problema de inmoralidad individual, sino una trampa de
acción colectiva.
La
segunda tiene que ver con Rusia: se quedó estancada en esa
trampa como resultado de su fallida y finalmente incompleta transición a la
democracia en los años los noventa.
Un
problema de acción colectiva
Solemos pensar en la corrupción como un fallo de
moralidad, cuando una persona codiciosa decide beneficiarse al desviar recursos
públicos para ganancia personal. Sin embargo, aunque eso no es exactamente
falso, no aborda lo más importante: que la corrupción es una actividad grupal.
Necesitas a quienes den y reciban sobornos, a quienes
desvíen recursos y revendan los recursos, a quienes miren hacia otro lado y a
quienes exijan una parte a los que reciben.
Cuando ese tipo de comportamiento de red de corrupción se vuelve extenso, crea su propio sistema
paralelo de recompensas, y castigos.
“Lo que es diferente con la corrupción sistémica es que
es el comportamiento esperado”, dijo Anna Persson, una politóloga de la
Universidad de Gotemburgo, en Suecia, que estudia la corrupción. “Estas
expectativas hacen que sea muy difícil que los individuos se opongan, de
verdad, a la corrupción, porque resistirse a ese tipo de sistema es muy costoso
de muchas maneras”.
Aquellos que se rehúsan a participar en la economía
paralela de favores y sobornos son ignorados para ascensos, eliminados de los
beneficios y detenidos en el camino al poder. Mientras tanto, quienes tienen
habilidades para la corrupción suben en la jerarquía, ganan mayor autoridad,
más recursos para distribuir a los secuaces y más capacidad para castigar a
cualquiera que represente una amenaza para ellos. El resultado es un sistema en
el que el poder y la riqueza se acumulan para aquellos dispuestos a jugar el
juego de la corrupción y, aquellos que no, son olvidados en el camino.
El Centro Internacional de Negocios de Moscú el año pasadoCredit...Sergey Ponomarev para The New York Times
La corrupción “sirve como un impuesto a los pobres, es
como Robin Hood en reversa”, dijo Persson. “Todos los recursos se mueven hacia
la cima del sistema, a un gran costo para la mayoría de la población”.
La evidencia más obvia de esa dinámica corrupta en Rusia
son las propiedades de lujo y los megayates que pertenecen a altos funcionarios
y sus asociados cercanos. Sin embargo, el daño es más profundo, ya que alcanza
las vidas de las personas comunes y las priva no solo de los servicios
gubernamentales y de los bienes que se desvían a bolsillos privados, sino a
menudo de sus derechos básicos.
Ivan Golunov, uno de los periodistas de
investigación más conocidos de Rusia, pasó años informando tenazmente sobre la
corrupción en el gobierno de la ciudad de Moscú, descubriendo pruebas de
acuerdos de amiguismo, dinero desaparecido y servicios públicos fallidos. En
2019, fue detenido por cargos falsos de tráfico de drogas, golpeado y
encarcelado.
Tras una protesta sin precedentes en los medios de
comunicación rusos y en el extranjero, fue liberado y se retiraron los cargos.
Pero el mensaje era obvio: quienes intentan romper la cultura de la corrupción
se arriesgan a perder su seguridad, su libertad o incluso su vida.
Algo
de democracia, pero no la suficiente
Pero ¿por qué hay tanta corrupción en Rusia? La
respuesta, y parece contradictoria, está en la democratización.
O más bien, en la falta de ella, opinó Kelly McMann, una
politóloga en Case Western Reserve University que estudia la corrupción y es
una de las administradoras de V-Dem, un estudio extenso sobre la naturaleza
y la fortaleza de la democracia en todo el mundo.
Había corrupción en la Unión Soviética. Pero tras su
disolución en 1991, el crecimiento repentino y explosivo de la libertad de
expresión y de asociación en Rusia y otros países y satélites que antes eran
soviéticos generaron oportunidades nuevas, no solo para el desarrollo político
y económico, sino para el crimen y la corrupción.
“Las libertades de expresión y de asociación no solo
tienen que ser usadas para cosas buenas, también pueden ser utilizadas para
actividades ilegales”, dijo McMann. “Cuando las personas se pueden reunir y
hablar con mayor facilidad, eso les permite planear, de verdad, corruptelas”.
Eso no habría sido tan malo si la democratización también
hubiera producido instancias de supervisión al poder ejecutivo, un poder
judicial independiente que investigara y persiguiera crímenes.
“Para tener
capitalismo y mercados que funcionen, también necesitas construir
instituciones. Requieres de bancos que puedan brindar crédito y un sistema
legal sólido que proteja la propiedad”, dijo McMann.
Estonia siguió ese camino. Tras el colapso de la Unión
Soviética, el nuevo Parlamento de Estonia, elegido de manera democrática,
fortaleció el poder judicial y creó nuevas supervisiones al poder ejecutivo.
Ahí, la corrupción disminuyó.
No obstante, en Rusia, el gobierno tomó en cuenta la
insistencia de los asesores occidentales para sacar al Estado de la economía
tanto como fuera posible para permitir que el libre mercado floreciera.
Las instituciones y las restricciones se perdieron en el
camino. En ese vacío, las estructuras paralelas de la corrupción florecieron,
lo que sacó a los políticos honestos del gobierno y a los negocios honestos del
mercado.
Para finales de los años noventa, la corrupción de los
funcionarios había prosperado en cada nivel de gobierno.
En
1999, conforme el gobierno del presidente Boris Yeltsin comenzaba a
debilitarse, las élites lo presionaron para que dejara el cargo en sus
términos.
Si
Yeltsin ungía a quien ellos habían escogido como su sucesor, ellos se
asegurarían de que él y sus familiares no enfrentaran un proceso por
malversación de fondos gubernamentales.
Yeltsin
estuvo de acuerdo. En agosto de 1999, Yeltsin presentó a ese sucesor: un joven
agente de la KGB proveniente de San Petersburgo llamado Vladimir Putin.
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