PUTIN PIDIÓ CACAO: ”NEGOCIEMOS...”
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Ucrania: Transporte de personal blindado ruso; soldado ruso muerto en la nieve - NYTimes
► UCRANIA, PUTIN Y EL “SOCIALISMO DEL SIGLO XXI” - MANUEL MALAVER
► PUTIN QUIERE MUERTOS VENEZOLANOS MIGUEL HENRIQUE OTERO
► CIENTÍFICOS RUSOS: «LA GUERRA ES INJUSTA E INSENSATA»
► GRANDES PERDIDAS RUSAS DE TANQUES, AVIONES HELICÓPTEROS, LANZA-MISILES,… Y SOLDADOS
Torreta de un T-72 en la nieve, La torreta de 6 toneladas de peso, voló por los aires, desprendida del tanque- NYT
• RUSIA Y UCRANIA NEGOCIARÁN en la ciudad fronteriza bielorrusa de Gómel. Putin, luego de todas las sanciones que le pusieron ahora le dijo a Bennett de Israel que Rusia está lista para el diálogo en Bielorrusia, pero Ucrania no quiere ahora dialogar. - EFE
► UCRANIA, PUTIN Y EL “SOCIALISMO DEL SIGLO XXI” - MANUEL MALAVER
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• UCRANIA DEMANDA A RUSIA ANTE LA CORTE INTERNACIONAL DE LA HAYA
La
invasión rusa ha causado que 368.000 ucranianos hayan huido, según los últimos
datos de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados
Libertad Digital: El gobernador de la región de Járkov, Oleh Sinegubov, ha asegurado este domingo que las fuerzas ucranianas controlan "totalmente" la ciudad de Jarkov, la segunda más importante del país, después de que trascendieran informaciones sobre intensos combates en la zona. "¡El control de Járkov es completamente nuestro! Las Fuerzas Armadas, la Policía y las fuerzas de defensa funcionan y el enemigo está siendo totalmente erradicado de la ciudad", ha afirmado, según la cadena británica de televisión Sky News.
PURA BASURA…
Fernando Mires - Hitler tuvo fuertes aliados internacionales (Japón, España, Italia, Turquía, etc.) Putin tiene solo a cuatro, y en América Latina (Ortega, Maduro, Díaz Canel y Bolsonaro).Pura basura. China se abstiene, por si acaso.
Nicolás Maduro; “Total apoyo a la invasion y a V. Putin….” ¿Solidaridad
criminal?
Ucraina, Putin y el “Socialismo del siglo XXI”
Manuel Malaver - Salvo la invasión
de Ucraina iniciada por el Ejército ruso que comanda Wladimir Putin hace cinco
días, no puede decirse que haya en el mundo otro movimiento político moviéndose
en la dirección de tomar el poder político por medios “no pacíficos”, tal
cual estila el “Socialismo del Siglo XXI” en América Latina y en España,
según las evidencias que nos llueven a diario de la Península.
Por “medios no pacíficos” no nos
referimos exclusivamente a “invasiones”, “golpes de Estado”, “insurrecciones”,
“explosiones sociales”, etc, sino al uso de normativas electorales
pautadas en constituciones que permiten el uso amañado de reglas con las cuales
se engaña a partidos que pueden estar en el poder o en la oposición.
Ejemplos: la lucha que en este
momento se lleva acabo en la calles de Kiev para imponerles a los ucranianos
una ocupación ordenada desde el Kremlin y las elecciones presidenciales
celebradas hace año y medio en EEUU y de las cuales se han aportado pruebas
para demostrar que Joe Biden las ganó fraudulentamente, aunque desde hace
aproximadamente 22 años en Venezuela el socialismo fundado por Hugo Chávez gana
elecciones escandalosamente fraudulentas y en Nicaragua, Ecuador y Bolivia se
realizan con las mismas artimañas pero sin que hayan fuerzas que las objete e
inhabilite.
Me explico: no es que en Venezuela,
Nicaragua, Ecuador y Bolivia no surgieran partidos, líderes e instituciones que
salieran a denunciar a los delincuentes después de cada elección fraudulenta,
que incluso fueran a instancias internacionales pruebas en mano de demostrarlo,
pero sin que sus denuncias y protestas generaran un solo desplazado del poder.
De todas maneras, se considera un
triunfo para la democracia constitucional y de estado de derecho que las
fuerzas residuales que sobrevivieron a la caída del Muro de Berlín y al colapso
del Imperio Soviético, renunciaran a la toma del poder por la fuerza, fuera por
guerra de guerillas, golpes de Estado o insurrecciones populares y aún sin
perder del todo sus antiguos hábitos engañosos y fraudulentos, se convencieran
que solo por la vía pacífica, electoral y constitucional se podían establecer
gobiernos legítimos, electivos y alternativos.
Es cierto que, los tiempos más
próximos al postsovietismo no fueron precisamente un período de “paz celestial”
y que la disolución de la exYugoeslavia generó las llamadas “Guerras
Balcánicas”, así como el fin de la URSS encendió entre sus satélites
transcaucásicos guerras por razones de límites y rapiña de recursos, pero
así y todo el “fin de la Guerra Fría” y los acuerdos entre todas las
potencias mundiales, no tardaron en finiquitarlas.
Siguieron otros incidentes, como fue
el desafío que lanzaron los grupos fundamentalistas islámicos a la civilización
democrática, capitalista, occidental y cristiana para desaparecerla del mapa, o
los enfrentamientos que surgieron entre gobiernos y países musulmanes durante
la llamada “Primavera Árabe”, pero que tampoco duraron más de un
trieno y en conjunto dejaron la sensación de que el mundo, terminada la “Guerra
Fría”, entraba en un siglo XXI quizá de sana y permanente paz.
Y ello fue, sin duda, la causa de que
cuando a finales del siglo XX, un militar venezolano de baja graduación, el
teniente coronel, Hugo Chávez -quien había fracasado a comienzos de los 90 en
un golpe de estado contra un gobierno democrático-, fundara un partido civil y
participara y ganara la presidencia en 1998 en unas elecciones democráticas, el
militar, no solo fuera aplaudido y celebrado por la comunidad internacional,
sino que pasó a ser el ejemplo de la oveja descarriada que vuelve al
redil.
Chávez continuó demostrándolo
cuando desde la presidencia convocó una constituyente y redactó una
nueva constitución donde se mantenían los principios básicos de una democracia
constitucional como son:
1) La independencia de los poderes
2) Prescripción y defensa de los
derechos humanos y las garantías individuales.
3) Gobierno electivo y alternativo
cada cinco años.
Y 4) Soberania nacional y no
injerencia en los asuntos internos de otros países.
Pero eso fue en la letra, en el
papel, en el espíritu, porque en los hechos, en los terribles e implacables
hechos, Chávez, con la fuerza del poder Ejecutivo y a punta de las ventajas que
le cedía la Constitución como el monopolio del uso de las armas (Fuerzas
Armadas, Guardia Nacional, Policías de orden público, Cuerpos de Seguridad y
Orden Público y unidades paramilares) fue imponiendo un sistema
ultranacionalista, ultrapopulista y ultraestatista que sin que, hubiera dudas,
devino en un sistema socialista.
No digamos que esto sucedió en
un día, en un mes, en un año, y de un tajo, no, el hombre se tomó su
tiempo, y no pocas veces retrocedió e hizo rectificaciones, pero en un
quinquenio, 2005 o 2006, no solo había impuesto el socialismo en Venezuela sino
que lo patrocinó en países donde las condiciones lo permitían y
así para 2010, ya Argentina, Brasil, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y, por
supuesto, con la ya cincuentenaria e inspiradora, Cuba, creó una nueva
variante del socialismo que se llamó: “Socialismo del Siglo XXI” según la
ocurrencia del sociólogo germano-mexicano Heinz Dietrich.
Un experimento que tenía entre sus
aliados a los “Socialismos del Siglo XX”, a los ahora socialismos híbridos de
China y Rusia, de los cuales copiaban la doctrina pero no los métodos, porque
siempre conquistarían el poder por la vía del voto, respetando los derechos
humanos y la independencia de poderes, con presidentes electivos y alternativos
y haciendo valer la ley y la paz antes que la violencia y el derramiento de
sangre.
Eso sí, China y Rusia, los viejos socialismos,
eran sus aliados internacionales fundamentales y de ellos se proveían de armas,
equipos, créditos, tecnología electrónica y aereoespacial y en el estilo de
respeto a leyes y tratados de organismos multilaterales de las que todos eran
socios e integrantes.
Era y sigue siendo la franquicia que
Chávez – Dietrich bautizaron como “Socialismo del Siglo XXI”, que copia el
contenido pero no los métodos del “Socialismo del Siglo XX”, pero que para
quienes lo sufren, sigue siendo “el mismo musiú con diferente cachimbo”,
como refreanamos los venezolanos
Una epifanía, un estado de retórica
idilíca que lo acaba de romper
Wladimir Putin, presidente de Rusia, con la invasión de Ucrania, una
nación libre y soberanía cuyas fronteras fueron violadas la noche del jueves
por 200.000 soldados rusos que pocas horas después habían asesinado 137
soldados ucranianos.
En otras palabras que, Putin, por la
decisión de las autoridades de Ucrania de pedir ingreso en la OTAN, ha
reaccionado como Stalin o Hitler hace 82 años durante la Segunda Guerra
Mundial, arrasando naciones y masacrando cientos de miles de sus ciudadanos
porque sus gobiernos no cumplian su voluntad.
Y que fue una atrocidad que la
comunidad internacional y la sociedad de todos los países pensaban borradas del
mundo moderno pero que Putin y sus pocos aliados han recordado que no, que
está muy viva.
Entre esos aliados está Maduro, cuyo gobierno ya
publicó un comunicado solidaridándose con el dictador ruso y la gran
pregunta para los venezolanos y los latinoamericanos es: ¿Se quita la careta el
“Socialismo del Siglo XXI” y tenemos que enfrentarlo como se enfrentó el
“Socialismo del Siglo XX” hasta verlo caer como un castillo de naipes y sin
disparar un tiro.
Esta noche, en el momento de escribir estas lineas, se lucha hombre a hombre en las calles de Kiev y en toda Ucraina y si la lucha se extiende mundialmente contra el neototalitarismo no dudamos que los enemigos de la libertad y la democracia tendrán su segunda derrota en poco más de medio siglo.
Maduro, enfático, se abraza a Putin y los jalabolas aplaudenPutin quiere muertos venezolanos
Miguel
Henrique Otero - El Nacional - Lo ocurrido el 23 de febrero sobrepasa en todos los planos imaginables
el simple inicio de una guerra. Que Vladimir Putin haya dado inicio a la
matanza de ucranianos ―porque lo que ha ocurrido es que un país inmenso, con
una fuerza militar desproporcionada, se ha abalanzado sobre las vidas y el
territorio de uno de sus vecinos― marca un giro en el curso de los
acontecimientos mundiales.
A esta hora, la única certidumbre con que cuenta la humanidad es que
Putin, en una acción desconcertante, ha abierto las puertas de una
confrontación de final imprevisible.
Tengo que repetir aquí lo que tanto se ha dicho en las últimas horas: no
es posible predecir, incluso para los analistas más competentes, por dónde irán
las cosas en lo sucesivo. Las preguntas más acuciantes ―cuánto podría durar
esta confrontación; si sus víctimas se contarán por centenares o miles; si los
combates se desplegarán por todo el territorio ucraniano; si se producirán
acciones del lado este de la frontera ucraniana, es decir, en Rusia; si misiles
y bombardeos destruirán 10, 20, 50 o 90% de la infraestructura civil y de
comunicaciones de Ucrania; si la guerra podría escalar al punto de involucrar a
otros países y a otras fuerzas militares; si el dictador bielorruso
Lukashenko conducirá su apoyo al dictador Putin al extremo de atacar
directamente a Ucrania con fuerzas bielorrusas; etcétera― no tienen ahora mismo
ninguna respuesta cierta. Ninguna.
Las razones por las que carecemos de respuestas a cuestiones tan graves
son enrevesadas y múltiples. Pero está el tema medular, que lo vuelve una
realidad de desentrañamiento casi imposible: que Vladimir Putin es un
desquiciado mental, que ha tomado el control pleno del Estado ruso, lo ha
militarizado, ha potenciado sus capacidades represivas, lo ha pervertido para
convertirlo en una maquinaria judicial, policial y comunicacional de
aplastamiento de cualquier forma de oposición política y democrática.
De Putin no cabe hablar como de un poderoso jefe político y militar. Es
mucho más que eso: es el dueño absoluto de un poder ilimitado, sin contrapesos,
inescrupuloso, ansioso de imponer su peso, su poderío, sobre las vidas del
pueblo ucraniano. Y para mostrar de lo que es capaz, ahora mismo, mientras
escribo este artículo, está aplastando las vidas de 44 millones de personas
(que incluye conducir al desfiladero de la violencia y la muerte a los
aproximadamente 4 millones de personas que viven en los territorios separatistas
prorrusos de Ucrania).
Nicolás Maduro, como si lo amparase alguna legitimidad, algún derecho; de forma
inconsulta, unilateral y omnipotente; aprovechando la sensación de lejanía que
media entre Venezuela y Ucrania; haciendo uso de los mismos recursos que Putin,
un poder militar bajo su absoluto control, apoyado por los poderes públicos y
por los poderes paramilitares que se han repartido y siguen repartiéndose el
territorio en pedazos; pero sobre todo, estoy seguro de esto, sin tener la
menor idea de lo que eso representa; ajeno por completo al peligro, a las
consecuencias, a la envergadura, a lo que podría significar para las vidas,
para la economía, para el estado de cosas en Venezuela, ha insistido en
expresar su apoyo a Putin. Apoyo político y militar.
¿Y con qué podría apoyar Maduro a
Putin? Con bienes que no son suyos y sobre los que no
debería tener ascendencia alguna: unidades militares; bienes de la República;
lealtades que no han sido consultadas ante la sociedad venezolana y que no
cuentan con la aprobación de nadie, salvo por la camarilla de uniformados que
son los beneficiarios de los contratos de compras de armas que unos militares
venezolanos le han hecho a militares rusos y en los que, de forma abrumadora,
se han adquirido equipos diseñados para el combate de civiles indefensos, armas
para imponer el orden público por la fuerza, armas para reprimir, armas para
someter, armas para espiar, para intervenir las telecomunicaciones, para
distorsionar la opinión pública, para desarticular los esfuerzos de los
demócratas por organizarse y resistir.
Repito mi pregunta: ¿Y con qué podría apoyar Maduro a Putin? Pues la
respuesta es la más obvia: con carne de
cañón. Soldados incompetentes e inexpertos que, enviados a cualquier
escenario de combate, sirvan para que Putin muestre algún apoyo internacional
que no tiene, y para que muestre a combatientes venezolanos caídos en combate
(en rigor, caídos como parte de fuerzas invasoras), material humano importado
desde otro extremo del mundo para que sirva de propaganda.
Pero esto es solo una posibilidad, la más inmediata. Pero luego está la
dimensión de lo inimaginable: que en el escenario de una mundialización del
conflicto, una escalada que ahora mismo nadie puede borrar como posibilidad,
nuestro territorio sea utilizado para operaciones militares rusas que amenacen
a Colombia (tal como ha venido advirtiendo el presidente Duque), a Estados
Unidos y a los propios habitantes de Venezuela.
Los esfuerzos diplomáticos para detener a Putin resultaron vanos (como
vanos han resultado los esfuerzos diplomáticos para limitar a Maduro o para
impedir que continúe violando los derechos humanos). Hasta el momento en que
escribo este artículo, todavía hay quienes invocan el recurso de las
negociaciones para evitar que el psicópata continúe su avance: confían en que
dentro del Kremlin y las fuerzas militares rusas aparecerán quienes impongan
límites a la voracidad, al desprecio por la vida, a los negocios entre
militares, a la corrupción.
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