MADURO EN LA MATRIX CRIMINAL
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¿Estamos viviendo en una simulación?
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Farhad Manjoo – NYTimes - Imagina que, cuando tus bisabuelos eran
adolescentes, tuvieron en sus manos un novedoso aparato: el primer sistema de
entretenimiento de realidad virtual totalmente envolvente del mundo. No eran
esas gafas torpes que ahora se ven en todas partes.
Este dispositivo parecía salido de Matrix: una elegante banda para la
cabeza con electrodos que, de alguna manera, se introducía directamente en el
sistema perceptivo del cerebro humano y sustituía todo lo que el usuario veía,
oía, sentía, olía e incluso sabía mediante nuevas sensaciones creadas por una
máquina.
El dispositivo fue un éxito en ventas y esas bandas
mágicas pronto se convirtieron en un hecho ineludible de la vida cotidiana. De
hecho, tus bisabuelos se conocieron con esos aparatos y sus hijos, tus abuelos,
rara vez se encontraron con el mundo fuera de ellos. Las generaciones
posteriores —tus padres y tú— nunca lo hicieron.
Todo lo que has conocido, todo el universo que
llamas “realidad”, te lo ha dado una máquina.
Ese es el
tipo de escenario en el que sigo pensando cuando reflexiono sobre la hipótesis de la simulación: la idea, últimamente muy discutida entre
tecnólogos y filósofos, de que el mundo que nos rodea podría ser una invención
digital, algo así como el mundo simulado de un videojuego.
La idea no es nueva. Explorar la naturaleza subyacente de
la realidad ha sido una obsesión de los
filósofos desde los tiempos de Sócrates y Platón.
Desde Matrix,
estas ideas se han convertido también en un elemento básico de la cultura pop. Sin embargo, hasta hace poco la hipótesis de
la simulación había sido materia para los académicos.
¿Por qué deberíamos considerar que la tecnología
podría crear simulaciones indistinguibles de la realidad? E incluso si eso
fuera posible, ¿qué diferencia supondría el conocimiento de la simulación para
cualquiera de nosotros, atrapados en “el aquí y el ahora”, donde la realidad se
siente real de una manera demasiado trágica?
Por estas razones, me he mantenido al margen de
muchos de los debates sobre la hipótesis de la simulación que han surgido en
las comunidades tecnológicas desde principios de los dosmiles, cuando Nick
Bostrom, un filósofo de la Universidad de Oxford, planteó la idea en un ensayo muy
citado.
No obstante, un nuevo libro del filósofo David
Chalmers, Reality+: Virtual Worlds and the Problems of Philosophy, me ha convertido en un
simulacionista empedernido.
Después de hablar con Chalmers y de leerlo, he
llegado a creer que el mundo de la realidad virtual que se avecina podría
considerarse algún día tan real como la realidad.
Si eso ocurre, nuestra realidad actual quedará en
entredicho de inmediato; después de todo, si pudimos inventar mundos virtuales
significativos, ¿no es plausible que alguna otra civilización en algún otro
lugar del universo también lo haya hecho? Pero si eso es posible, ¿cómo podemos
saber que no estamos ya en su simulación?
La
conclusión parece ineludible: quizá no podamos demostrar que estamos en una
simulación, pero como mínimo será una posibilidad que no podemos descartar. Sin
embargo, podría ser más que eso. Chalmers argumenta que, si estamos en una
simulación, no habría razón para pensar que es la única simulación; de la misma
manera en que muchas computadoras diferentes en la actualidad están ejecutando
Microsoft Excel, muchas máquinas diferentes podrían estar ejecutando una instancia
de la simulación. Si ese fuera el caso, los mundos simulados superarían
ampliamente a los no simulados, lo que significa que, solo por estadística, no
solo sería posible que nuestro mundo fuera una de las muchas simulaciones, sino
también probable. Chalmers escribe que “la probabilidad de que seamos
simulaciones es de al menos un 25 por ciento, más o menos”.
Chalmers es profesor de Filosofía en la Universidad
de Nueva York y ha pasado gran parte de su carrera pensando en el misterio de
la conciencia. Es más conocido por haber acuñado la frase el “problema difícil de la conciencia”, que, a grandes rasgos, es una descripción de
la dificultad de
explicar por qué una
determinada experiencia se siente como tal para el ser que la experimenta. (No
te preocupes si esto hace que te duela
la cabeza; por algo se llama el problema difícil).
Chalmers dice que empezó a pensar de manera
profunda en la naturaleza de la realidad simulada después de usar aparatos de
realidad virtual como Oculus Quest 2 y de darse cuenta de que la tecnología ya es
tan buena como
para crear situaciones que se sienten visceralmente reales.
La realidad virtual avanza ahora con tanta
velocidad que parece bastante razonable suponer que el mundo dentro de la RV
podría ser algún día indistinguible del mundo fuera de esta. Chalmers dice que
esto podría ocurrir dentro de un siglo; no me sorprendería que superáramos esa
meta dentro de unas décadas.
En el momento en que se produzca, el desarrollo de
la realidad virtual realista será una revolución, por razones tanto prácticas
como profundas. Las prácticas son evidentes: si la gente puede revolotear
fácilmente entre el mundo físico y los virtuales que se sienten exactamente
como el mundo físico, ¿cuál deberíamos considerar como real?
Se podría decir que la respuesta es claramente la
física. Pero, ¿por qué? En la actualidad, lo que pasa en internet no se queda
en internet; el mundo digital está tan profundamente arraigado en nuestras
vidas que sus efectos repercuten en toda la sociedad. Después de que muchos de
nosotros pasamos gran parte de la pandemia trabajando y socializando en línea,
sería una tontería decir que la vida en internet no es real.
Lo mismo ocurriría con la realidad virtual. El
libro de Chalmers, que viaja de manera entretenida a través de la antigua
filosofía china e india hasta René Descartes y teóricos modernos como Bostrom y
las Wachowski (las hermanas que crearon Matrix), es una obra de
filosofía, por lo que, naturalmente, pasa por una exploración de varias partes
acerca de cómo la realidad física difiere de la realidad virtual.
Su
conclusión es esta: “La realidad virtual no es lo mismo que la
realidad física ordinaria”, pero debido a que sus efectos en el mundo no son
fundamentalmente diferentes de los de la realidad física, “es una realidad
genuina de cualquier manera”. Por lo tanto, no deberíamos considerar los mundos
virtuales como ilusiones escapistas; lo que sucede en la realidad virtual
“realmente ocurre”, explica Chalmers, y cuando sea lo suficientemente real, las
personas podrán tener vidas “totalmente significativas” en la realidad virtual.
Para mí, eso parece evidente. Ya tenemos bastante
evidencia de que las personas pueden construir realidades sofisticadas a partir
de las experiencias que tienen a través del internet basado en pantallas. ¿Por
qué no iba a ocurrir lo mismo con un internet envolvente?
Esto nos lleva a lo profundo e inquietante de la
llegada de la realidad virtual. La mezcla de la realidad física y la digital ya
ha sumido a la sociedad en una crisis epistemológica: una situación en que diferentes personas creen en
diferentes versiones de la realidad en función de las comunidades digitales en
las que se reúnen. ¿Cómo podríamos afrontar esta situación en un mundo digital
mucho más realista? ¿Podría el mundo físico seguir funcionando en una sociedad
en la que todo el mundo tiene uno o varios alter ego virtuales?
No lo sé. No tengo muchas esperanzas de que esto
salga bien. Pero las posibilidades aterradoras sugieren la importancia de las
investigaciones al parecer abstractas sobre la naturaleza de la realidad en la
realidad virtual. Deberíamos empezar a reflexionar seriamente sobre los
posibles efectos de los mundos virtuales ahora, mucho antes de que sean tan
reales que sea demasiado tarde.
Farhad Manjoo es columnista de Opinión del Times desde 2018. Antes de eso, escribía la columna State of the Art. Es autor de True Enough: Learning to Live in a Post-Fact Society.
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