TALIBANES Y CHAVISTAS, UNIDOS POR LAS DROGAS
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DILEMA DE LAS GRANDES TECNOLÓGICAS
CNN en Español - El tráfico de cocaína desde Venezuela a Estados Unidos aumenta, incluso cuando el país sudamericano vive una crisis humanitaria. Estados Unidos y otros funcionarios regionales dicen que es la propia élite militar y política de Venezuela la que está facilitando el paso de drogas dentro y fuera del país en cientos de aviones pequeños y sin marcas. En este informe exclusivo de nuestro corresponsal de CNN Nick Paton Walsh se ve el resultado de varios meses de investigación.
Las humildes amapolas prosperan en las montañas de AfganistánLa droga financia -también- al Talibán
IAN BREMMER - ¿Cómo puede seguir funcionando un grupo fundamentalista violento durante más de 20 años? Ayuda si controlas un lucrativo comercio de drogas. Los talibanes ganaron
US$ 460 millones con el tráfico de drogas (opio) solo en 2020.
85% del opio mundial viene de Afganistán y sus exportaciones valen entre US$ $1.5-3 mil millones anualmente. Es un “negocio” muy
lucrativo para el Talibán.
Niñas
asistiendo a la escuela en Kandahar, Afganistán. (Global
Partnership for Education / Jawad Jalili)
Héctor
Schamis - El 11 de septiembre de 2001 se inició una era, la de
actores no estatales con la capacidad de golpear e infligir daño severo a los
Estados.
La primera potencia mundial fue atacada en el centro de
su poderío político, militar y financiero, nada menos, en una declaración de
guerra que no discrimina entre civiles y militares. Veinte años más tarde,
ese periodo de la historia se clausura. Quien albergaba a aquellos terroristas,
el régimen Talibán, adquiere hoy una inusitada legitimidad internacional.
Tanta que Antonio Guterres les “pidió” que actúen con
moderación y respeten los Derechos Humanos, “especialmente de las mujeres y las
niñas”. Por su parte, el vocero del Departamento de Estado de Estados Unidos
“exhortó” a los nuevos líderes de Afganistán a “formar un gobierno inclusivo
con mujeres en él” (en junio, el mismo funcionario había advertido al Talibán
que no reconocerían un gobierno impuesto por la fuerza).
El nuevo gobierno respondió que las mujeres tendrán
derechos, aquellos que estipula el Sharía. Como es sabido, el trabajo y la
educación femeninos están entre las prohibiciones de dicho ordenamiento
jurídico, así como votar y transitar por la vía pública sin ser acompañadas por
un hombre. Es que no se considera a la mujer un sujeto autónomo y como tal
susceptible de derechos. En las imágenes de mujeres en la calle cubiertas
por pintura, o sea, borradas, reside este no tan nuevo ni moderado Talibán que
algunos imaginan.
Josep Borrell, a su vez, Alto Representante de Política
Exterior de la Unión Europea, afirmó que “la UE debe hablar con los talibanes
porque han ganado la guerra”. Borrell perdió la brújula normativa hace
tiempo, dejando por el camino los objetivos y valores que debe representar:
libertad, derechos, democracia. Incumple así con los principios que dan
razón de ser a la comunidad política europea. Lo mismo ocurre cada vez que
“habla con” las dictaduras de Cuba y Venezuela.
“La debacle de Biden” a la que se refiere “The Economist”
en todo caso se trataría de una responsabilidad compartida con Europa, OTAN y
Naciones Unidas, y es algo más grande que una derrota militar. Persiste en
Washington el argumento que el problema no fue la decisión de abandonar
Afganistán sino su ejecución improvisada. Enfocarse con exclusividad en “el
cómo” implica reducir esta crisis a una mera operación mal planificada o una
logística errada.
Y en realidad la debacle en cuestión es
moral. Las imágenes de personas colgadas de aviones que despegan sin ellos
abruman. Las escenas de madres que entregan a sus bebés a soldados por encima
de un muro, aparentemente para salvarlos del Talibán, evocan los trenes del
Holocausto. Las mujeres que deben deshacerse de sus libros especifican con ello
los derechos que conservarán—que perderán—bajo el Sharía.
Queda la angustia de la humillación, un malestar ético
colectivo y un persistente sabor amargo en la boca. Abandonar a aliados,
colaboradores, traductores—o, simplemente, a las mujeres—cuyas vidas están
ahora en riesgo es sobre todo una derrota normativa. Biden dijo que Estados
Unidos fue a Afganistán a encontrar a Bin Laden, no a construir instituciones
(nation building). Los afganos dejados detrás sugieren lo contrario, tanto como
el extraordinario presupuesto de US-AID, la agencia de cooperación
internacional, destinado a la promoción de la democracia, gobernanza y sociedad
civil durante dos décadas.
Ese es “el cómo” importante de la caída de Kabul, no la
logística. Es algo así como la caída del Muro de Berlín pero a la
inversa. Presagia un cambio de época, el surgimiento de un orden opresor
tolerado por Occidente, quizás absuelto y legitimado. De ahí que no se trate de
una derrota en el campo de batalla. Eso es lo de menos, Estados Unidos también
perdió en Corea, en Vietnam y en Bahía de Cochinos, lo cual no implicó un
cambio sistémico internacional, mucho menos la naturalización de la tiranía.
Por todo ello, esta capitulación no es tan solo o siquiera militar. Se
trata de una capitulación civilizatoria; de Occidente como un todo, esto es.
“Occidente”, concepto sostenido por dos pilares
epistemológicos: el Racionalismo y la Ilustración. El primero postula que el
conocimiento se deriva del razonamiento deductivo, no de verdades reveladas por
monarca, iglesia, Estado o partido alguno. La segunda es la corriente
intelectual y filosófica que de manera complementaria proclamó la centralidad
de la libertad individual y la tolerancia religiosa; o sea, los derechos. Allí
reside su identidad, eso somos.
Que tiene validez universal, con y sin etnocentrismo. Por
ello el relativismo cultural debe ser muy relativo, valga el juego de palabras.
Pues el problema no es el Islam, sino el integrismo, yihadismo y
fundamentalismo musulmán, una distorsión perversa de los textos religiosos, una
politización sesgada de la fe para normalizar un sistema de dominación
despótico.
Por ponerlo de otro modo: no hay relativismo
cultural que pueda justificar condenar a las mujeres a la ignorancia y la
sumisión. Un cierto feminismo de hoy dedica más energía a disciplinar el
lenguaje, la banal corrección política, que a defender con intransigencia los
derechos universales de las mujeres, hoy suprimidos en Afganistán con la
restauración de un brutal despotismo. Esa es la verdadera capitulación ocurrida
en Kabul.
El “Choque de Civilizaciones”, noción originalmente
esbozada en 1993, apenas parece estar comenzando. Huntington distingue nueve
civilizaciones, que hoy digo podrían simplificarse a dos en base a un mínimo
común denominador: sociedades con libertades o sin ellas; la vida colectiva
organizada en base a individuos que gozan de derechos o que padecen su ausencia;
sistemas políticos con ciudadanos o con súbditos.
Ese es el conflicto civilizatorio de fondo, en Afganistán
y en todas partes. Debilitado, fragmentado y con su identidad erosionada,
Occidente no lo va ganando. A veces ni siquiera parece estar dando la pelea.
Héctor Schamis es un académico argentino. Actualmente es profesor en el Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Georgetown.

La victoria talibana: crónica de un terror anunciado
Sergio García Magariño - The Conversation - La
sorpresa que supone la toma
de Kabul por parte de los talibanes no lo es tanto por
el hecho de haber ocurrido como, quizá, por la velocidad con la que estos se
han hecho con el poder. No obstante, los talibanes son viejos conocidos de
Occidente y Oriente, de la antigua URSS y de EE. UU.
También lo eran Osama Bin Laden, Sadam Huseín en Irak,
Al-Assad en Siria y Gadafi en Libia. Esas personas y lugares, aunque
diferentes, guardan una semejanza: la paradójica relación que han tenido
con potencias extranjeras, en
función de los intereses de aquellas y de la ambición de estos.
Los talibanes, “estudiantes” islámicos en su día,
salafistas y guerrilleros, se levantaron contra la ocupación soviética de
Afganistán en los 90. En aquel entonces eran aliados de Occidente para luchar
contra el comunismo soviético; Osama Bin Laden también. Tras la derrota
soviética, impusieron su régimen con cierta condescendencia internacional
–aunque hubo un rechazo posterior– y se convirtieron en el centro de
operaciones de la recién creada Al-Qaeda.
Cuando se demostró que el atentado del 11 de septiembre
de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York había sido gestado y coordinado
desde Afganistán, la guerra contra el terror que declaró EE. UU., aludiendo
legítima defensa, tomó como objetivo la derrota de los talibanes. Se decía que
en cuestión de meses habría una victoria y se cambiaría el régimen.
Los
ejemplos de Irak, Libia y Siria
Dos años después, EE. UU., Reino Unido y España, entre
otros, apelaron al principio de seguridad colectiva para derrocar a Sadam
Huseín en Irak, usando como pretexto un informe de miles de páginas que se
demostró falso años después y que indicaba, fundamentalmente, dos supuestos
hechos: vínculos de Al-Qaeda con Sadam Huseín y la existencia de un programa de
enriquecimiento de uranio en Irak con fines bélicos.
La enemistad ideológica y personal entre ambos y la
constancia de que, tras invadir Kuwait en 1990, Irak fue bombardeado
profusamente por tropas internacionales lideradas por EE. UU. y su planta de
enriquecimiento totalmente destruida, no fueron suficientes para desacreditar
el informe.
Gadafi en Libia es un caso complejo. Aunque instauró una
república socialista, también aspiró a formar un gobierno islámico y auspició
hasta finales del siglo XX el terrorismo internacional. Tras el atentado de las
Torres Gemelas, sin embargo, se alejó del mismo y se volvió hacia Occidente,
normalizando así las relaciones.
Tras las revueltas asociadas con la primavera árabe y el
uso de la fuerza contra civiles, el Consejo de Seguridad de la ONU legitimó una
operación internacional, liderada por la OTAN, para intervenir en Libia y crear
una zona de exclusión aérea que protegiera a civiles de los bombardeos de
Gadafi.
Gadafi fue depuesto –y masacrado públicamente por parte
de una turba– y el vacío de poder que rige el país desde entonces ha abierto la
puerta a múltiples grupos que compiten por el monopolio de la violencia en un
mismo territorio y que ha desestabilizado la región hasta hoy.
Al Assad, en Siria, llevaba décadas prometiendo reformas
que no llegaban. Las revueltas y la guerra civil que está vigente desde 2011 no
han logrado unificar la perspectiva de la comunidad internacional sobre dicho
país. Intervenir, en los casos presentados, no ha tenido los efectos deseados:
mejorar la vida de la población civil y protegerla. Por ello, la no
intervención es comprensible.
No obstante, el apoyo a grupos diversos por parte de
múltiples países dejó el territorio, de nuevo, con un vacío de poder que fue
aprovechado por una sección disidente de Al-Qaeda que
vino a conocerse como el ISIS, el Daesh, el Estado Islámico.
Su irrupción no fue repentina, al igual que la victoria
de los talibanes no ha sido milagrosa. Su derrota tampoco ha sido definitiva y
solo hace falta colocar la mirada en Yemen para saber que el Daesh no ha
desaparecido, sino que está buscando otro territorio donde instaurar el
califato y desde donde retomar su proceso de expansión territorial.
Las
lecciones
La moraleja de todo esto quizá sea una triple.
Primero, los
acontecimientos político-económicos relevantes rara vez son cuestión de un día.
Normalmente son el resultado de largos procesos sociales que vienen forjándose
como resultado de múltiples factores: la aparición de Al-Qaeda, la llegada al
poder de los talibanes, la emergencia del Estado Islámico o el caos en Yemen,
Siria e Irak.
Segundo, las
intervenciones armadas internacionales pueden ser legales e ilegales. Sin
embargo, más allá de su legalidad, siempre son complicadas. Sus objetivos,
además, deben ser moderados y con esto empalmamos con la tercera lección.
Tercero, un
régimen político, económico y social no se transforma desde afuera con una
intervención, como tampoco se puede propiciar el desarrollo social y económico
de un territorio simplemente a través de un agente externo. La política, la
cultura, la economía, la historia, la religión, las tradiciones de un país
definen una dirección que se asemeja a una gran piedra que va adquiriendo
cierta inercia. Cualquier país que piense que puede crear una sociedad distinta
a golpe de escopeta o de ayuda humanitaria roza el pensamiento mágico.
Un
corolario para concluir. Cuando Obama decidió reducir el número
de tropas americanas en Afganistán, no lo hizo porque pensara que ya habían
ganado la guerra, sino todo lo contrario: lo hizo porque se cercioró de que la
vía armada nunca conduciría a la victoria.
En ese momento, los talibanes –así lo interpreté yo–
habían tomado la sartén por el mango. Se permitieron el lujo, incluso, de no
querer negociar, porque veían que era cuestión de tiempo y que la vía armada
para ellos sí podía tener un final con victoria. El Gobierno de Trump,
posteriormente, aceptó una de las condiciones que los talibanes impusieron para
la mesa de negociación: que no estuviera el Gobierno afgano.
He ahí la crónica de una (posible) muerte anunciada.
- Investigador
de I-Communitas, Institute for Advanced Social Research, Universidad Pública de
Navarra
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