BOLSONARO, EL MESSÍAS CON MISIÓN IMPOSIBLE
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► BOLSONARO
REAPARECE EN UNA CEREMONIA MILITAR TRAS BATALLAR SU DERROTA DESDE LA TRASTIENDA
►:: LA AMAZONÍA VIVE OTRO AÑO DE
DEVASTACIÓN HISTÓRICA BAJO EL GOBIERNO DE BOLSONARO
► BOLSONARO DESINFLA EL AVANCE DEL GLOBALISMO EN A.L.
Discurso de Jair Bolsonaro tras perder las elecciones de Brasil | EL PAÍS
Bolsonaro desinfla el avance del globalismo en América Latina
Manuel
Malaver
Especial
para DdC - Y la primera embestida no podía venir sino de Brasil,
el país que sufrió casi 12 años el naufragio que significó el
socialismo de los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, fundador el
primero del “Foro de Sao Paulo” y que, aliándose con el petrodictador
venezolano, Hugo Chávez, intentó restaurar el comunismo soviético en la
región, pero disfrazándolo de democrático, electoralista y socialcapitalista.
La variante táctica que después copiarían los
creadores del “Globalismo”, pioneros como Klaus Schwab, George Soros y David
Rockfeller, pero como “as” bajo la manga del nuevo orden que percibieron era
inevitable luego de la caída del “Muro de Berlín” y del colapso del “Imperio
Soviético”, que algunos despistados juzgaron como un triunfo de la
economía competitiva y de mercado y de la democracia liberal y no como lo que
era, un reseteo de los tiempos donde se impondría el que que tuviera la
suficiente imaginación para pensar que florecían las oportunidades para los que
habían abreviado el camino para arribar a la sociedad sin estado nacional, de
micropoderes y microideologías, sin fronteras y un solo gobierno.
No pensemos que Castro, Lula y Marulanda estuvieran
pensando en otro regreso que no fuese el del socialismo tal lo habían
experimentado Stalin, Mao y el propio Fidel, ni que los profetas que después
crearon el “Nuevo Orden” y el “Foro de Davos” creyeran en otro mundo que no
fuera el de la desaparición de las grandes potencias y de los otros liderazgos
que no se fundieran en Uno, en el que que vendría a refundar el planeta, pero
el 4 de febrero de 1992 un teniente coronel, Hugo Chávez, dio un fallido golpe
de estado en Venezuela, pero proclamando que su intención no era reformar la
democracia sino restaurar el socialismo y desde las cuevas y montañas de
Afganistán, un líder saudita, el jeque Osama Bin Laden, anunciaba que se ponía
al frente de una cruzada religiosa mundial, Al Qaeda, para destruir la
civilización pagana que encabezaban los Estados Unidos y Europa e instaurar la
religión monoteista predicada por Mahoma, el Islam.
Pero corrían otras noticias, quizá tanto o más
escandalosas que las llegadas de América Latina y el Medio Oriente, como fue el
ascenso al poder en los Estados Unidos del Partido Demócrata, cuyo triunfante
candidato a presidente, Bill Clinton, inauguró la doctrina de “no más
guerras”, que así como había caído la Unión Soviética caerían todos
los radicales que se atrevieran a imitarla, que las nuevas armas nucleares y
atómicas eran el diálogo y las negociaciones, “las armas” que se
dispararían para derrumbar desde sus cimientos los muros que se alzaran para no
creer que el “fin de la historia” había llegado.
Entre tanto, Chávez (quien ya se había aliado a Castro,
Lula y Marulanda) tomaba el poder en Venezuela el 3 de febrero de 1998, Bin
Laden y Al Qaeda sacudían a bombazo limpio a África, Asia y Europa,
asaltaron el poder en Afganistán y crearon una sociedad regida por la Sharia y
el Corán y el 11 del septiembre de 2001 se atrevieron a lanzar 7 aviones comerciales
contra el edificio del Pentágono en Washington y las “Torres Gemelas” de Nueva
York, con un saldo de tres mil fallecidos y un número aún no determinado de
desaparecidos.
Toque a arrebato y llamado a la guerra desde la primera
potencia del mundo, cuyo presidente, el republicano, George Bush, no
logró el respaldo de la ONU para invadir a Afganistán y derrocar al
promotor del terrorismo en el Medio Oriente, el dictador irakí, Saddam Hussein
y prácticamente solo y con el apoyo a penas de Inglaterra, Canadá, España
y Australia, derrotó a los terroristas en dos invasiones al Medio Oriente
que se realizaron el 2001 y 2003.
Pero mientras los republicanos de Bush arremeten con las
guerras que piensan traerán la paz definitiva al planeta, en América Latina, en
pleno patio trasero y a pocos kms de Miami, Chávez dispara los todavía
abultados petrodólares de Venezuela para que, Luis Inazio Lula da Silva, tome
el poder “electoralmente” en Brasil, el peronismo radical regresa a Argentina
con la dictablanda de los esposos Kirchner y año tras año van cayendo Ecuador
en manos de un líder que viene del narcodictráfico, Rafael Correa, Bolivia es
también “ganada” por el cocalero, Evo Morales y Nicaragua por un socialista que
ya había estado a comienzos de los 80 en el poder: Daniel Ortega.
En otras palabras, que las cabezas de playa que pensaron
Bush y los republicanos habían ganado en el Medio Oriente, las habían perdido
entre los vecinos que los rodeaban por la frontera Sur, y otra guerra de
más largo y mas hondo aliento comienza, pero ahora en territorio americano,
entre los países independizados por Washington y Bolívar y que se convertirán
en el nuevo destino donde se decidirá la suerte de la democráticia liberal
y el capitalismo abierto y competitivo.
Nuevos actores aparecen en escena, los primeros estos
globalistas que habían salido de la “Guerra Fría” y del colapso del “Imperio
Soviético” convencidos que ni democracia ni capitalismo eran las soluciones
para un mundo cuya economía ya estaba en manos de las “Big Tech” que habían
creado la revolución electrónica y cuyos dispositivos no había sino que poner
en marcha para llegar al “Gran Reseteo”.
Es temprano para conocer con precisión como entraron en
contacto los socialistas que en América Latina resucitan Castro, Lula y
Marulanda -y, aliándose con Chávez, crean la franquicia del “Socialismo
del Siglo XXI”-, con los nuevos “Caballeros Templarios” que vienen de Davos, de
la “Open Society Fundation” de Soros y de los cuarteles de la UE en
Bruselas, pero lo cierto es que a penas por la oposición del
expresidente, Álvaro Uribe, en Colombia, el regreso de los republicanos a
la presidencia de EEUU con Donald Trump a la cabeza y, sobre todo, porque las
fuerzas e instituciones democráticas de Brasil deciden ponerle fin al “Gran
Juego” en el cual, Lula y su sucesora, Dilma Rousseff, figuran como
grandes sacerdotes, puede decirse que la democracia y el capitalismo occidental
están aun vivos.
Pero la ONU, la UE, la OEA, miles de ONG, todas empiezan
a trabajar con los billones de dólares que bajan de los fondos de “Black Rock”,
“Vanguard”, la “Rockfeller Fundation”, el “Club Bilderberg” y la familia Rotschild
y así la política se convierte en una gran mentira, donde personajes como
Juan Manuel Santos, Antonio Guterrez , Luís Almagro y el Papa Francisco, tienen
muchas cuentas que saldar con las democracias de la región.
Pero lo fundamental en el colapso de lo que Chávez y su
maestro de ceremonia, Fidel Castro, anunciaban como la restauración del
socialismo que fundaron Lenin, Stalin y Mao en Sudamérica, fue la incapacidad
de los nuevos mesías de llevarle comida, salud, educación, luz y agua a los
millones de desemparados que votaron por sus candidatos en ocho años de luna de
miel y la conversión en ruinas de países como Venezuela, Ecuador, Bolivia,
Nicaragua y Cuba, que no logró sino aumentar sus ya casi seculares
males.
Simultáneamente, una corrupción sin medida en países ya
antes del experimento castrochavista muy corruptos, y de bandas de criminales y
narcotraficantes uniéndose a la represión oficial, lograron el milagro de la
caída de Evo Morales, Rafael Correa, los Kirchner y de que multitudes
irrumpieran en las calles de Caracas, Managua y La Habana gritándole a los “salvacionistas”
que cambiaban o tenían que buscar refuerzos para sobrevivir.
En Brasil, el sacudón fue más efectivo y demoledor, ya
que al lado de la corrupción que empresas como Oderbrecht profundizaron en el
país y extendieron por el subcontinente, pudieron salvarse las instituciones,
que monitoreadas desde el Congreso, le Supremo Tribunal de Justicia y las
Fuerzas Armadas llevaron a la cárcel a Lula, destituyeron a través de un
impeachment a su sucesora, Dilma Rousseff y dieron inicio al proceso que aun no
termina de restauración de la economía de mercado y la democracia liberal cuya
vigencia se ha visto en los últimos días en algunas instituciones y
las calles de Brasil.
El nombre de este proceso es el de Jair Messías
Bolsonaro, un exmilitar que se dio a conocer en los tiempos del dictador, Joao
Figueredo y en los 90 inició una carrera política que en diez años lo
llevó de una concejalía municipal a ser el diputado más votado en el 2017
y en el 2019 a ser elegido presidente de la República para el período 2018-2022.
Las percepciones, las impresiones y las actuaciones de
Bolsonaro en política vienen de este período y en ellas ha fraguado las que
llama su cruce con la centroderecha, aunque sus enemigos de dentro y fuera de
Brasil lo estigmatizan como un derechista de tomo y lomo.
Pero más allá de bautismos que siempre pueden fallar
en lo que se refiere a calar qué es lo que realmente se propone el exmilitar,
habría que recordar que nació y se formó en el Brasil post Joao
Goulart, cuyo enlace con la izquierda socialista no fue aplacado siquiera por
el período de las dictaduras desarrollistas y ya establecida la democracia en
los 80 y los 90, el país continúo siendo un referente de la socialdemocracia
continental y mundial.
De modo que, su período presidencial, hijo de los tiempos
en que la democracia liberal y capitalista tiene entre sus líderes al
presidente republicano, Donald Trump, podemos suponer que lo animan a
enfrentar al Brasil estatista y socialdemocrático, con políticas que abren los
mercados, auspician la inversión privada, bajan los impuestos y proclaman la
creación de empleos antes que los beneficios y el clientelismo social.
Y la fórmula funciona, puesto que, aun sus más férreos
enemigos, reconocen que su gobierno fue el primero en la historia en que el
Brasil tuvo una inflación más baja que en la UE y los EEUU, los
superó también en crecimiento (5 por ciento anual) y una estabilidad
monetaria tipo primer mundo.
Lo cual no evita que el socialismo y el partido
Trabalhista de Lula se recuperen, tenga que enfrentarlos en las elecciones que
se realizaron hace apenas un mes y en las cuales el exaliado de Chávez gana con
pocos puntos la primera vuelta y en la segunda aun se discute en las calles y
algunas instituciones del país, como las Fuerzas Armadas, si el ganador fue el
exmilitar o el obrero metalúrgico.
Pero más allá del resultado de esta batalla, lo
cierto es que la guerra a penas comienza, Brasil lograr tener por primera vez
una derecha organizada que es opción de poder y un líder, Jair Bolsonaro, que traspasa
las fronteras del país, es el comandante de las fuerzas que tratan de expulsar
el Globalismo del continente y comparado con el otro gran jefe en este empeño,
Donald Trump, puede decirse que de lograr los radicales del Partido Demócrata
de los EEUU impedir el regreso de Trump, la democracia liberal de Europa y
América pasarían a tener un nuevo capitán: Jair Bolsonaro.
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