ESTÁ DE MODA ALEXIS, “PROFETA DEL DESASTRE”
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¿POR QUÉ ALEXIS DE TOCQUEVILLE ESTÁ TAN DE MODA? - MANUEL MALAVER
► PERLAS DE MADURO: "VENEZUELA ESTÁ CRECIENDO A UN RITMO
INIMAGINABLE"
► “NO LO
LLAMES PRESIDENTE, LLÁMALO DICTADOR”: LA CAMPAÑA QUE SEÑALA A NICOLÁS MADURO
¿Por
qué Alexis de Tocqueville está tan de moda?
Manuel
Malaver - Es dificil definir a Alexis Tocqueville (París 1805-Cannes 1859) como
un sociológo de la política, o un filósofo de la historia, o simplemente como
un noble cogido entre dos mundos, el de la aristocracia y la democracia, cuya
transición vive y de cuyos atributos no es fácil desprenderse, puesto que los
ha experimentado en sus expresiones más dramáticas, obsesas e incitantes: los
privilegios, la igualdad y la libertad.
Por
eso establece de una vez en las primeras páginas del “Tomo 1” de su obra
fundamental “La Democracia en América”, que la democracia llegó al mundo
occidental como un suceso inevitable, fatal e irreversible y que, sean cuales
fueran las dificultades con que pueda chocar en determinados momentos, siempre
continuará adelante, pues es un resultado de la evolución de los asuntos
humanos que no pocas veces tienen un origen “providencial”.
Pero
advierte, en esta línea de pensamiento, que la democracia no es el resultado
del triunfo de la “Revolución Francesa”, ni de la “Revolución Norteamericana”,
puesto que estuvo 700 años gestándose y que fue en el curso de las numerosas
dinastías y monarquías que se sucedieron en tan largo período, donde
cristalizaron los ideales, principios y valores que salieron a la luz durante
estas dos revoluciones.
Hombre
de precisiones, certezas y realidades, Tocqueville, que ya ha vivido de una
manera muy particular y fatal la “Revolución Francesa” (sus padres fueron
condenados a la guillotina durante el Directorio y estuvieron 11 meses
esperando la ejecución hasta que la caída de Robespiere les devolvió la
libertad y la vida), deja en 1827 su plaza de magistrado en Versalles (se había
graduado de abogado) y en 1831 viaja a los Estados Unidos a conocer al primer y
único país democrático del mundo, y que a diferencia del que quiso nacer de la
“Revolución Francesa”, goza después de 54 años de fundado, de una envidiable
continuidad, sólida y estable.
Las
preguntas que lleva en su “brain storming” son muchas pero hay dos que son las
que se hace toda Europa y excitan la atención de Tocqueville:
1)
¿Por qué la democracia ha anclado en América de una manera casi natural y, a
diferencia del Viejo Continente donde marcha entre tumbos, revueltas y
tumultos, parece haber liquidado todo tipo de contrarrevolución
2)
¿Diferencias de clima, de geografía, o el resultado de un sistema de leyes
emanado de una Constitución donde de manera sencilla y práctica parecen haberse
colmado todas las aspiración del hombre a aterrizar en el mundo que después se
ha conocido como Modernidad?
Anotemos
que a partir de estas inquisiciones se emprende una de las aventuras más
fascinantes, sorprendentes y elucidantes
de cuantas ha emprendido el hombre, pues Tocqueville -que aparte de
investigador de la sociologia in situ es filósofo y lo que llamaríamos hoy “ politólogo”-, nos va descubriendo
instituciones, situaciones, rostros, pensamientos, en los que, definitivamente,
va apareciendo el cuerpo y el espíritu, la fisonomía y los gestos, las señas y
el lenguaje de la democracia.
Y la
democracia en estos días de junio de 1835 en la Nueva Inglaterra es la
desaparición de las distancias entre los hombres, el reconocimiento de lo que
Tocqueville llamaría posteriormente “el principio de semejanza”, la caída y el
hundimiento, sin duda para siempre, de las barreras y limites trazados por el
origen, la jerarquía, los apellidos, los títulos, las razas y la religión.
El castilo de los Tocqueville en la Normandía
Hombres
en igualdad y en libertad, ocupados en la construcción de sus propios destinos,
en los de sus familias y sus parientes más cercanos y en el fortalecimientos de
los valores cívicos por los que se sienten partícipes de una cruzada única que
debe extenderse por el mundo para que sea más justo, más humano, más libre y
más igualitario.
Y en
el recorrido y registro de este itinerario del homo democraticus que se
extiende por nueve meses (junio 31-febrero 32) es donde Toocqueville, escalpelo
en mano, va detectando, examinando y noticiando las ventajas y bondades del
nuevo orden que van tomando los asuntos humanos, pero también sus desventajas y
fragilidades, los peligros y oscuridades a donde se puede arribar si no se
alumbran las zonas sombrías.
Y
uno que lo alarma -y al cual dedicará en los próximos años la mayor parte de
sus inquietudes y disquicisiones políticas-es el excesivo aprecio de los recién
liberados norteamericanos por la igualdad, por la ventajas de sentirse en el
mismo nivel que los otros en la procura de los bienes materiales que habrán de
aportarle mayor bienestar y también la satisfación de que no existirán otros
por encima de él.
Pero
se pregunta viendo y observando “los trabajos y los días” en que se sumen estos
primeros demócratas sin tener tiempo, al parecer, de sentir la misma pasión por
la libertad: ¿la democracia no es también la libertad, o no es fundamentalmente
la libertad, el despliegue de las mejores cualidades del hombre para que,
aparte de iguales, puedan afanarse también en construir comunidades solidarias,
vigilantes del poder estatal y alertas ante la posibilidad de que la
Constitución, las leyes y los reglamentos se apliquen sin generarle daños a los
ciudadanos, ya sea por abusos, excesos o una incorrecta interpretación de los
mismos?
¿Una
sociedad embriagada de igualdad y neutra o indiferente ante los asuntos
políticos -que son los problemas de la libertad-, no se expone a que su
responsabilidad o rol sea ocupado por el Estado y los partidos (o lo que
llamamos hoy la clase política) y sin ningún control, sea la estructura desde
la que se ejerza un poder omnipotente, abusivo, despótico y, consecuentemente,
corrupto?
Digamos
que es a través de estas preguntas que nutren los dos tomos de la “Democracia
en América” donde se plantea por primera la tensión que surge en las
democracias entre la igualdad y la libertad y que si no se resuelve a favor de
la libertad, da origen a períodos de inestabilidades donde “los iguales” (nunca
satisfechos) culminan propiciando el surgimiento de “despotismos suaves” o
democracias interferidas o mutiladas, prestatarias de servicios pero a cambio
de una gigantesca corrupciòn que carcome todo el tejido social.
Anotemos
que no tenemos que irnos muy lejos para vivir a 163 años de la muerte de
Tocqueville la clarividencia y certitud de estas predicciones, de las
dificultades y transtornos como la democracia ha ido imponiéndose en el mundo,
pero también cómo una vez establecida, sin líderes, partidos e instituciones
que la impregnen de eficacia, coherencia, justicia y responsabilidad, van dando
lugar a despotismos, dictaduras y totalitarismos.
Pero
la peor es la variante de la democracia simulada, mixta, mutilada e
instrumental, que semeja la implementación de algunos de sus requisitos
(legitimidad de origen del gobierno al emanar de elecciones “libres”,
independencia de poderes y alternancia en el mando), mientras la preside un
mandamás o caudillo y unos pocos que controlan toda la sociedad, roban e
instauran sistemas autoritarios
populistas o socialistas.
Pero
hay formas más sutiles, casi imperceptibles, casi ocultas, por las que los
demócratas igualitarios pierden tambien el poder, como puede ser la tiranía de
la opinión pública, que se ejerce por una mayoría que anula la opinión de las
minorías, y que no tiene porque desprenderse necesariamente desde el poder
ejecutivo o legislativo, ni desde ningún otro agente de la política, sino que puede emanar desde el
bullyng social, desde las modas imperantes que impiden las protestas de las
desidencias y que en el siglo pasado el filósofo alemán Jurgen Habermas,
consideró como uno de los grandes aportes de Tocqueville al pensamiento
político y la socióloga también alemana, Elizabeth Noelle-Neumann, reseñó en
una obra magistral que llamó “La Espiral del Silencio”.
Pero
ya hemos hablado de los defectos y fragilidades que Tocqueville encontró en el
igualitarismo de la democracia en América ¿y dónde estaban entonces sus
fortalezas, las ventajas y bondades a las cuales podía regresar, rescatar y
poner en juego para asegurar su futuro y el de la nación que la había elegido y
establecido?
Pues
en el pueblo norteamericano y su capacidad participativa y asociativa, en las
reuniones municipales y distritales, en las elecciones para las múltiples y
disímiles autoridades, en las discusiones y decisiones que afectan a las
ciudades y condados y en los respaldos a los candidatos a la presidencia y
gobernaciones que eran a fin de cuentas los que monitoreaban el destino del
país que sería en el curso del tiempo la mayor potencia mundial.
Y la más grande democracia, que hoy vive una crisis que alcanza a todas las democracias del mundo, principalmente a las de Europa y las de Centro y Suramérica y por eso nos vemos obligados a unirnos al coro de sociólogos, filósofos e historiadores de la política que están recordando en universidades, simposios y seminarios al hombre que escribió la “Democracia en América” y fue el primero en profetizar las crisis a que se vería sometida en el futuro.
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