VENEZUELA, BANQUETE DE TRAIDORES
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Rembrandt - El Festín de Baltasar.... Tekel, Mekel,....
► VENEZUELA, OCUPADA,
SAQUEADA, ULTRAJADA – Moisés Naím
► “GRAN
PARTE DE VENEZUELA NO ESTÁ GOBERNADA,…”
► EXMINISTROS DE CHÁVEZ PIDEN AL ‘CNE’ FECHA PARA EL REVOCATORIO
► EE.UU. : “VENEZUELA, UN
GRAVE PELIGRO PARA TODO EL CONTINENTE Y MÁS ALLÁ”
Raúl
Castro - "Venezuela y Cuba misma cosa" - Chavez - Plasmático · 22
abr. 2010
Susurros ...nada más
Venezuela, ocupada,
saqueada, ultrajada….
Moises Naim - A inicios de 2019
Venezuela comenzó a sufrir de una generalizada y absurda escasez de gasolina.
Absurda porque el país posee las mayores reservas probadas de petróleo
del planeta y porque sus refinerías, de estar funcionando, podrían satisfacer
con creces las necesidades energéticas del país. Debido a esta escasez, los
conductores de coches y camiones tuvieron que hacer interminables filas y
esperar por varios días, durmiendo en sus vehículos parados frente a los
expendios de combustible.
Esto recuerda el viejo
chiste según el cual si el desierto del Sahara cae en manos de los comunistas,
seguramente habrá escasez de arena.
Al tiempo que esto
sucedía, tanqueros llenos de petróleo partían de puertos venezolanos, apagaban
sus equipos de rastreo satelital e ignorando las sanciones de Estados Unidos,
navegaban al norte. Concretamente, hacia Cuba.
Esta anécdota ilustra
claramente una de las razones de fondo de la tragedia venezolana. En medio de
la masiva escasez de combustibles que paralizó la economía, las prioridades del
régimen venezolano estaban claras: las necesidades de Cuba tenían prioridad.
Siempre.
Esta no es la única
sorpresa de la crisis venezolana que es difícil de explicar. A diario se
presentan allí situaciones que parecen no tener sentido, que no parecen
posibles. El país ha sobrellevado tantas crisis internas y ha sido sacudido por
tantos impactos externos que todas las explicaciones de expertos, políticos y
académicos se quedan cortas.
El colapso de
Venezuela no es simplemente una más de las crisis que periódicamente sacuden a
algún país latinoamericano. De nuevo: en Venezuela han sucedido y siguen
sucediendo cosas inéditas y difíciles de comprender.
Durante gran parte
del siglo XX, Venezuela era el ejemplo de un país suramericano exitoso:
democrática cuando sus vecinos eran despóticos, próspera cuando sus vecinos
eran pobres y estable durante los vaivenes de la Guerra Fría. Fue el ejemplo
que el Departamento de Estado de Estados Unidos solía usar para mostrar
que la democracia podría funcionar en América Latina.
En contraste, las
recientes respuestas estadounidenses al colapso de Venezuela han sido tardías,
torpes e inefectivas.
Subamos a una máquina
del tiempo, viajemos a 1985 y preguntemos a 100 expertos de América Latina qué
país de la región pensaban que podría volverse una dictadura comunista para el
año 2021. Habríamos escuchado mucha preocupación sobre El Salvador y Guatemala,
sobre Argentina y Colombia, incluso Brasil.
¿Pero Venezuela? La
idea hubiese parecido absurda.
Y, sin embargo, la
democracia y la economía venezolanas sufrieron una implosión nunca antes vista
provocando, entre otras calamidades, la mayor migración masiva de refugiados en
la historia de América Latina y una de las más importantes del mundo actual.
Uno de cada cinco venezolanos ha huido del país, un lúgubre desfile de más de
seis millones de personas abusadas, frágiles, y desesperadas que se desplazan
–a veces caminando miles de kilómetros – hacia países vecinos en busca de
comida, caridad y refugio.
Quizás lo más
revelador es lo que le ha sucedido a la economía venezolana. Los economistas
han tendido a presentar el desarrollo como un proceso unidireccional: los
países pobres acumulan capital y tecnología y se vuelven gradualmente más ricos
en el proceso. Incluso el término “países en desarrollo” sugiere una cierta
progresión.
Y, durante muchas
décadas, Venezuela ciertamente pareció estar “desarrollándose”. De hecho, desde
el momento en que su industria petrolera arrancó -en la década de 1920-
Venezuela se destacó por su desarrollo, impulsado por crecientes y
constantes ingresos petroleros y la aparición de una nueva clase media.
Sin embargo, a partir
de la crisis de la deuda de principios de la década de 1980, el proceso se
estancó y se polarizó fuertemente el debate político. En los últimos diez años
el proceso de desarrollo venezolano se ha revertido. Hoy, con sus ingresos en
caída libre y con su gente caminando a la frontera más cercana para encontrar
algo que comer, describir a Venezuela como un país en desarrollo no solo es
errado, sino que resulta casi obsceno.
Con base en las
investigaciones más recientes, 95% de los venezolanos son pobres y 3 de cada 4
vive en condiciones de pobreza extrema e inseguridad alimentaria. El salario
mínimo legal ─de unos 3 dólares al mes─ no es suficiente para alimentar a una
persona por un día y, mucho menos, a una familia por un mes. Así, no tiene
mucho sentido trabajar: aproximadamente la mitad de la población ha abandonado
la fuerza laboral. El desempleo hace que las remesas de familiares que han
huido se hayan vuelto la principal fuente de supervivencia para aproximadamente
40% de la población. Aun así, el ingreso por persona se ha desplomado a niveles
no vistos desde la década de 1950.
La hiperinflación ha
acelerado el colapso. A partir de 2017 el gasto público desbocado, la expansión
monetaria descontrolada y la caída de los ingresos fiscales llevaron a un
rápido y empobrecedor incremento de los precios. El dinero se tornó
esencialmente inútil: los precios en moneda local aumentaron aproximadamente un
millón por ciento en 2018. Casi cuatro años después la espiral
hiperinflacionaria de Venezuela es la segunda más prolongada de la historia,
apenas superada por la que sufrió Nicaragua en la década de 1980s.
La escasez de agua es
la norma en las principales ciudades. Los apagones eléctricos son comunes. La
escasez crónica de combustibles ha paralizado el transporte público. En muchos
lugares del país: las bicicletas se han convertido en el medio de transporte
preferido por quienes pueden pagarlas. El sistema de salud se ha derrumbado, lo
que ha llevado a un incremento de las tasas de mortalidad infantil nunca visto
en los pasados 20 años. Enfermedades como la difteria y la malaria, casi
erradicadas hace décadas, han regresado.
¿Una buena noticia? Las tasas de
homicidio han disminuido porque, según algunos, hay escasez de municiones y los
pandilleros han emigrado a los países vecinos.
Que una nación que
llegó a ser tan próspera como Venezuela se haya depauperado a tal escala
confirma que los avances en materia de
desarrollo no son permanentes. Basta una mala administración de la economía
por un par de décadas para revertir el progreso de dos o más generaciones.
Otra lección es que
el mal gobierno puede ser tan destructivo como una gran calamidad física. La
escala de la catástrofe de Venezuela no es comparable a la destrucción del país
por una guerra o una serie de espantosos desastres naturales. La desgracia es
mucho mayor. Ni una guerra ni una catástrofe natural a gran escala fueron las causas
de la debacle. Un gobierno inepto y
corrupto protegido por militares rendidos a los cubanos y que a diario
traicionan a su patria es parte de la explicación.
Otro factor obvio que
hundió a Venezuela es el socialismo, aunque este por sí solo no es suficiente
explicación. El socialismo propugnado por Chávez y Maduro es de una cepa
particularmente virulenta y, sobre todo, altamente criminalizada.
Una ola de
expropiaciones que comenzó en 2005 puso gran parte de la economía privada del
país en manos del Estado. Más grave aún fue que las empresas que permanecieron
en manos de sus dueños enfrentaron una salvaje oleada de controles estatales
que las dejó con poca o ninguna autonomía para operar. Salarios, precios,
contratación y despido de personal, niveles de producción, importaciones,
exportaciones e inversiones, todas las actividades normales en una empresa,
quedaron sujetas a reglas ideadas por burócratas socialistas sin noción alguna
de cómo administrar un negocio.
Con el tiempo, los
empresarios que habían retenido el control de sus empresas llegaron a envidiar
a los expropiados ya que, al menos estos últimos, habían recibido una
compensación nominal, mientras que los primeros se quedaban con el control de
empresas que habían perdido todo su valor.
La inversión privada
prácticamente desapareció. Ningún emprendedor en su sano juicio invertiría en
una economía como la de Venezuela, a menos que se trate de negocios ilegales o
de empresas con estrechos vínculos con “enchufados” al gobierno, sus
familiares, militares corruptos o peces gordos de la elite gobernante. De ellos
hay muchos: los burócratas del creciente sector de empresas expropiadas pronto
descubrieron que podían robar impunemente los activos de las empresas a su
cargo. Rápidamente Caracas se convirtió en un importante centro de lavado de
dinero, con cleptócratas neófitos en búsqueda de socios más experimentados y
capaces de ayudarlos a ocultar su botín.
Un protagonista tan
importante como furtivo de la implosión de Venezuela fue el gobierno de
Cuba. Los cubanos se han insertado en el sistema burocrático, estatal y
militar de Venezuela a todos los niveles. Chávez nunca ocultó el hecho de que
confiaba en ellos más que en su propia gente.
El socialismo
venezolano se criminalizó desde el principio, a menudo sirviendo solo como la
narrativa que usan los corruptos para encubrir su saqueo de los bienes
públicos. Así, una élite estatal despiadadamente saqueadora destruyó la
economía de la nación como una plaga de langostas. No dejaron prácticamente
nada en pie.
¿Cómo pudo afianzarse
un régimen tan destructivo en un país que había logrado construir una de las
democracias más perdurables de América Latina? La pregunta mantendrá ocupados a
los académicos durante generaciones, pero el primer lugar donde buscar una respuesta
es la insidiosa ocupación de Venezuela por parte de Cuba. Y la imposición del
modelo cubano, en el cual el Estado policial y el control de la sociedad son
pilares fundamentales.
Describir a la
Venezuela bajo Hugo Chávez y a la Cuba de Fidel Castro como “aliados” es
subestimar la dimensión del arreglo al cual llegaron estos dos líderes. A
principios de la década de 2000, miles de médicos, maestros, enfermeras,
entrenadores deportivos y organizadores comunitarios cubanos llegaron a
Venezuela como pago del petróleo que recibía la isla. Este acuerdo no solo fue
económico, social y diplomático. También llenó a Venezuela de espías cubanos,
agentes de seguridad y militares que “asesoraban” a sus sumisos colegas
venezolanos. De manera clandestina e invisible para los venezolanos, los
cubanos se enquistaron en el gobierno de Venezuela. Chávez llegó a decir, en 2007 que “en el fondo”, los dos países poseían
“un solo gobierno”.
Una prueba de ello,
si aún se necesitaba alguna, llegó en 2013, cuando, en su lecho de muerte,
Chávez nombró como su sucesor al más procubano y militante de su séquito,
Nicolás Maduro.
Otra cosa que siempre
se pensó que era imposible, pero sucedió fue que Venezuela dejó de ser el
principal aliado de Estados Unidos en Latinoamérica. Pero así fue: en pocos
años, uno de los aliados regionales más importantes de Estados Unidos había
roto los lazos con Washington y se había fusionado a un bloque de adversarios
históricos de Estados Unidos. Así, Cuba, una isla en bancarrota, ocupó a
Venezuela sin disparar un solo tiro… y sin que Estados Unidos hiciera nada por
evitarlo.
La crítica de
izquierda a la política exterior de Estados Unidos no pudo explicar este giro
de los acontecimientos. Se suponía que la hegemonía de Estados Unidos,
especialmente en las Américas, era brutalmente efectiva. Un país tan
estratégicamente significativo como Venezuela, con vastas riquezas de
hidrocarburos y otros minerales, debería haber sido una prioridad estratégica
para Estados Unidos, por lo cual su deserción era, y es, inexplicable.
A raíz de los ataques
terroristas del 11 de septiembre del 2001, gobernantes, líderes políticos y
personajes de influencia política y mediática en Washington dedicaron toda su
atención a la derrota de un enemigo existencial: el terrorismo islamista. Así,
la guerra global al terrorismo no dejó tiempo para atender otras amenazas que
no estuviesen relacionadas con el Medio Oriente o el terrorismo religioso.
Castro y Chávez
aprovecharon la oportunidad y se sintieron muy libres para profundizar su
alianza sin ser molestados.
El inédito resultado
de todo esto es que Venezuela experimentó una especie de colonización al
revés: no fue una gran potencia conquistando a una más débil sino un país más
pequeño y fracasado, Cuba, el que logra tomar el control de su vecino más
grande y rico.
La respuesta de
Estados Unidos fue tardía, insuficiente y poco estratégica. La administración
Bush apenas registró la verdadera y peligrosa magnitud del problema. Obama
comenzó a imponer sanciones individuales a funcionarios del régimen y sus
testaferros. Estas sanciones –que son las que más le duelen al régimen de Maduro–
podrían haber sido aún más efectivas si se hubiesen aplicado en conjunto con
países aliados. Pero esto no ocurrió ya que España, Italia, Argentina, México y
otros no las cumplieron. Pronto, los cleptócratas venezolanos estaban gastando
sus millones mal habidos en la compra de grandes propiedades en las pampas
argentinas y castillos en pueblos pintorescos de España.
Cuando la
administración Trump decidió aumentar la presión sobre el régimen, impuso
sanciones contra la economía venezolana, empobreciendo aún más a los
venezolanos que ya estaban desesperados. Como sabemos, a millones de ellos no
les quedó más camino que refugiarse en otro país.
La administración
Trump comprendió demasiado tarde que sancionar a Venezuela no era suficiente
para aislar a su régimen. ¿Por qué? Porque los competidores estratégicos de
Estados Unidos, incluidos China, Rusia, Irán, Bielorrusia, Turquía, Qatar y,
por supuesto, Cuba, crearon un sistema de apoyo internacional alterno que ayudó
mucho a sostener la dictadura venezolana.
A cambio de
compromisos de suministro de petróleo a largo plazo, China proporcionó miles de
millones de dólares en facilidades de financiamiento a Caracas justo cuando el
régimen estaba perdiendo acceso a los mercados crediticios occidentales. Las
empresas chinas vendieron equipos de control de disturbios al gobierno de
Maduro, Rusia vendió aviones de combate y tecnologías digitales de espionaje.
Irán instaló fábricas de automóviles en Venezuela y Bielorrusia fábricas de
tractores y casas prefabricadas. Turquía y Qatar se convirtieron en los ejes de
un sistema para lavar el oro, los diamantes y el coltán extraídos de las selvas
del sur de Venezuela y convertirlos en una fuente de ingresos para el régimen.
Aunque esta coalición
internacional fue un tanto primitiva, logró ser lo suficientemente eficaz como
para proporcionar el apoyo que el régimen venezolano tanto necesitaba. Les
quitó a las sanciones económicas de Estados Unidos mucha de su efectividad,
permitiendo que el régimen aguantara la presión de millones de venezolanos que
sufrían una miseria sin precedentes. Al mismo tiempo, las organizaciones de
izquierda en América Latina, Europa y Estados Unidos emprendieron una campaña
de propaganda bien financiada por el régimen venezolano, llamada “Hands-Off
Venezuela” (“Saquen las manos de Venezuela”) que pedía la “no intervención
extranjera” en los asuntos internos del país. Cabe notar que esta exigencia de
“sacar las manos de Venezuela” era dirigida a las democracias occidentales,
pero no a las autocracias que apuntalaban a un régimen que violaba los valores
tradicionales de la izquierda.
Uno de los grandes
clichés diplomáticos es que los problemas de un país son para que los resuelvan
únicamente los ciudadanos de ese país. Para Venezuela, penetrada hasta la médula
por el comunismo cubano y apoyada por esta dispar coalición de autocracias,
tales exhortaciones rituales son una burla. Y, en la práctica, un llamado a
dejar a Venezuela en manos de los cubanos.
En el pasado, los
dictadores derrocados volaban a lujosos exilios. Baby Doc Duvalier, el
sanguinario dictador de Haití, terminó en un castillo en la Costa Azul. Idi
Amin de Uganda encontró refugio en Arabia Saudita, Fulgencio Batista de Cuba en
España.
Todo eso cambió
cuando el expresidente de Chile Augusto Pinochet fue acusado y arrestado
mientras visitaba Londres en 1998. Esa medida es una expresión de la nueva
doctrina de derechos humanos: la “jurisdicción universal”. Esto marcó el
comienzo de una nueva era de responsabilidad por violaciones graves de los derechos
humanos. Para un dictador como Maduro, esto significa que dimitir lo llevará a
la cárcel. Naturalmente, esta realidad lo ha hecho más obstinado a la hora de
aferrarse al poder. No existe garantía alguna de impunidad por parte de las
democracias establecidas para un hombre como Maduro, investigado por crímenes
de lesa humanidad por la Corte Penal Internacional en La Haya.
La tragedia de
Venezuela necesita mejores explicaciones de las que hemos tenido hasta ahora.
La política imperante
en la Venezuela de hoy es la de un régimen sometido al control de una potencia
caribeña que solo atiende a sus intereses y que continúa saqueando al país.
Cualquiera de las graves enfermedades que sufre Venezuela ─socialismo
cleptocrático, autocracia, ignorancia, sanciones draconianas e ineficaces,
hiperinflación─ podría haber sido suficiente para arruinar a un país. Pero la
nación aún podría haber encontrado las reservas morales y la energía política
para liberarse de sus problemas si no hubiese sido por la omnipresencia determinante
de Cuba.
Venezuela está siendo
saqueada por una potencia extranjera. Esos barcos petroleros que transportan
llevaban petróleo hacia el norte ─a La Habana─ mientras los conductores
venezolanos esperaban en la fila por horas y días, ilustran la historia
de su desastre de manera más clara que cualquier análisis. Venezuela sufre de
una secreta ocupación extranjera, que no es menos real por haber sido invitada,
promovida y potenciada por el régimen de Chávez y Maduro que llegó al poder
hace más de dos décadas
Si ello no se entiende claramente, tampoco será posible entender el proceso perverso que hundió a Venezuela. O lo que hay que hacer para que el país regrese a la senda de la libertad, la decencia y la prosperidad.
EE.UU: “Venezuela es un entorno
permisivo para el terrorismo”
La
Oficina de Contraterrorismo del Gobierno de EE.UU. afirma que “miembros del
régimen ilegítimo de Maduro y las fuerzas armadas mantuvieron vínculos
financieros con disidentes de las FARC, el ELN y grupos paramilitares
venezolanos” en 2020:
El nuevo informe sobre actividades terroristas del Gobierno estadounidense señala que el régimen “permite y tolera el uso de su territorio por parte de organizaciones terroristas. Gran parte de Venezuela no está gobernada, esta infragobernada o está mal gobernada”. 17 Dic, 2021
Correo del Caroní - El nuevo informe sobre actividades terroristas
internacionales del Gobierno estadounidense publicado el jueves aseguró que el
chavismo supone “un grave peligro para todo el continente americano y más
allá”, por haber creado “un entorno permisivo para los grupos terroristas”,
incluidos los disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y simpatizantes de Hizbolá.
El documento asegura que el
régimen venezolano “permite y tolera el uso de su territorio por parte de
organizaciones terroristas. Gran parte de Venezuela no está gobernada, está
infragobernada o está mal gobernada”, al tiempo que añade que “en ocasiones han
acogido abiertamente la presencia terrorista en el territorio”.
Según el informe, Venezuela
corre el riesgo de convertirse en un “Estado fallido” debido al enfrentamiento
entre esas facciones terroristas, ya que el régimen de Nicolás Maduro “perdió
el control de sus fronteras”.
“Dada la creciente escasez de
recursos, hubo una mayor confrontación entre el ELN, los disidentes de las FARC
y las fuerzas gubernamentales controladas por el régimen”, asegura, donde se
alude el conflicto armado de Apure.
El informe destaca que en 2020,
el presidente de la Asamblea Nacional (AN) electa en 2015, Juan Guaidó, condenó
la complicidad del régimen con el ELN y los disidentes de las FARC; a lo que
agregan que posteriormente aprobó una resolución que declaraba a la Fuerza de
Acción Especial (FAES) como una “organización terrorista” debido a sus
ejecuciones extrajudiciales.
Asimismo destacaron que no hubo
cambios en la legislación antiterrorista de Venezuela en el 2020.
“El régimen ilegítimo de Maduro
controló el poder judicial y utilizó los cargos de terrorismo para reprimir la
disidencia y oprimir a la oposición política y a la sociedad civil (…) Las ONG
y los líderes sindicales también han sido acusados falsamente sin pruebas. Al
inventar estos ‘complots terroristas’, el régimen culpó a Estados Unidos y a
Colombia, sin fundamento”, subrayaron.
El documento del Gobierno de Estados Unidos afirma que destacados miembros del régimen de Maduro y las Fuerzas Armadas mantienen estrechos vínculos financieros con disidentes de las FARC, el ELN y grupos paramilitares venezolanos.
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