CARABOBO: ¡NO "JURUNGUEN" A BOLÍVAR!
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BINACIONAL
El desfile de la soldadesca, las sandeces y
del bla, bla, bla...
A 200 años
de Carabobo
Laureano Márquez
- El bicentenario de la batalla de Carabobo
habría sido una magnífica oportunidad para reflexionar sobre el rumbo del
proyecto que allí comenzó el 24 de junio de 1821.
Una ocasión propicia para hacer un balance de
la mano de historiadores, intelectuales y personas destacadas del quehacer
cultural sobre cómo van marchado las cosas después de dos siglos de vida
independiente. Pero para ello se requeriría que un mínimo de decencia y no es
el caso.
Aunque quizá sobre nuestro estado de cosas ya
la mayoría tiene un juicio claro: el proyecto marcha muy mal, casi que
podríamos decir peor que nunca. Uno de los pocos actos que ha trascendido es el
encuentro auspiciado por el «Concejo Nacional Espiritista».
Cuando pensamos en la batalla de Carabobo,
nos viene a la mente el cuadro de Tovar y Tovar pintado en la cúpula del Salón
Elíptico del Palacio Federal (no sé si se siguen llamando igual o han cambiado
a Salón comandante Elíptico y a Palacio Federal María Lionza, por ejemplo).
La batalla de Tovar y Tovar es infinita. Por
ser elíptica, como la cúpula, no tiene comienzo ni final, lo cual tiene un
profundo sentido simbólico. Cada día que
el «sol nace en el Esequibo» (que, dicho sea de paso, el régimen venezolano ha entregado con la habitual
indolencia que manifiesta para todo lo que es caro al destino nacional) se
libra no una, sino muchas batallas de Carabobo y cada día se gana o se pierde,
no ya frente al general De la Torre, sino contra los enemigos que desde el 24
de junio de 1821 se le han venido presentando a ese proyecto político al que
pertenecemos.
Cuando se destruyen las universidades
públicas, se pierde una Batalla de Carabobo. También cuando se incendia una
biblioteca; cuando no se vacuna adecuadamente a la gente, sino en función de
lealtades políticas; cuando se encarcela, se tortura y asesina al que piensa
diferente; cuando no se permite a la gente votar libremente; cuando se mantiene
a una población al borde de la inanición; cuando se destruye la industria
petrolera, fundamento de la economía; cuando se asesinan indígenas por la
ambición de oro, mientras se derriban estatuas de Colón; también cuando se va
la luz y el agua. En cada una de estas circunstancias y en muchas otras,
Venezuela pierde cada día una batalla de Carabobo.
El cuadro te Tovar y Tovar nos muestra a unos
soldados elegante e impecablemente uniformados. No vemos los horrores de la
batalla y no es una crítica al pintor, que tendría que presentar la visión más
romántica del hecho. Sin embargo, ese día allí murieron cerca de tres mil
personas entre españoles (la mayoría) y patriotas, cuyos huesos deben estar por
ahí en algún lugar de aquella sabana. La batalla fue cruenta, seguro la mayor
parte de los soldados de Páez estaban medio desnudos y, los que tenían
uniforme, no lo lucirían planchado con esmero, sino con toda certeza sucio y
raído.
¿Por qué luchaba esa gente? Puede que, en
primer lugar, por la fuerza de la costumbre. Llevaban diez años peleando,
primero con Boves, luego con Bolívar. Tal vez las palabras que más aparecían en
la boca de los generales que los animaban al combate eran las de «independencia»
y «libertad». Quizá tendríamos que evaluar, a doscientos años de Carabobo, cómo
marcha la patria en términos de independencia y libertad.
La independencia que el ejército libertador
consiguió aquel 24 de junio, prácticamente se ha perdido. No solo porque una pequeña isla dirige nuestro destino, sino
también porque nuestro futuro está endosado a China y Rusia.
Irán es otro que anda por estos lados
pescando en río revuelto. Pero, más allá de los países, todo tipo de
organizaciones armadas amenazan nuestra independencia.
A estas alturas no se sabe bien si puede
decirse que el estado Apure es enteramente parte del país. La guerrilla o,
mejor dicho, las guerrillas gobiernan extensiones importantes del territorio
nacional.
Eso sin entrar a hablar de los feudos que,
especialmente en la capital, ha establecido el hampa organizada y, frente a los
cuales el hampa desorganizada no tiene prácticamente ninguna capacidad de
acción.
Si en
1821, la independencia teníamos que conquistarla solo de España, en 2021 la
reconquista de la independencia tiene muchas batallas por delante. Y en lo que
respecta al ejército «forjador de libertades» de Carabobo, solo contamos con
uno que forja opresión para su
propio pueblo, entre otras cosas.
No es prudente opinar por los difuntos, pero
como conocimos su opinión en vida y estamos en plan espiritista, es lícito
afirmar que el Libertador estaría bastante más decepcionado de lo que lo estuvo
a su muerte en Santa Marta. Incluso, seguramente, su indignación sería mayor al
conocer que todo lo que se hace negando sus ideas y postulados, tiene,
curiosamente, como fundamento su nombre.
No tenemos suerte con los centenarios de
Carabobo: el primero también se conmemoró en dictadura, aunque aquella, con
todos sus males, al menos construía. Entre otras cosas, en propio monumento
dedicado a la memorable batalla en lugar donde transcurrieron los hechos. Del segundo, la noticia que más ha
circulado es el aludido encuentro espiritista. Que yo en su lugar no
andaría por ahí conjurando espíritus y menos el de Bolívar
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